domingo, 28 de noviembre de 2010

Carrera de la vida

-Realmente no me di de alta hasta el año 2000, pero desde finales de 1998 trabajaba en un estudio de arquitectura mientras redactaba el proyecto de fin de carrera.
-Entonces ¿cuándo obtuvo el título de arquitecto?
-En noviembre de 1999.
-Continúe, por favor.
-En enero de 2000 me instalé por libre. Hicimos trabajos de todo tipo: mantuve colaboraciones con el estudio anterior y con otros arquitectos; realicé algunos proyectos para...
-No hace falta que me los recite; he visto el listado. Cuénteme cuándo empezó a trabajar por cuenta ajena.
-Bien. Si efectivamente ha visto el listado habrá comprobado que en junio de 2001 comencé a repartir mi tiempo entre la oficina del ARI de Azuaga y el despacho profesional en Cáceres.
-¿Qué es exactamente eso del ARI?
-Cada municipio que cuente con un conjunto histórico ha de disponer de una oficina de este tipo, de modo que lo relativo a licencias urbanísticas, ayudas a la rehabilitación, etcétera, pasen por la misma. Las siglas significan 'área de rehabilitación integral'. Una vez creada la oficina yo asumí su dirección.
-¿Por qué lo dejó?
-Me gustaba el trabajo pero estaba a 200 kilómetros de mi casa. En septiembre me llamaron de la Dirección General de Urbanismo, en Mérida, y no pude decir que no.
-Pero sólo era una beca ¿no?
-Sí. Era un convenio con el Colegio de Arquitectos. Nos dedicábamos a procesar la documentación de los planes urbanísticos de toda Extremadura. A comienzos del 2002 se disolvió el convenio, pero después de un breve paso por la Entidad de Control de Construcción de Extremadura, continué trabajando para la Dirección General, esta vez como asistencia técnica, hasta que...
-No vaya tan rápido. En esa época obtuvo usted el Certificado de Aptitud Psicopedagógica ¿no?¿para qué sirve?
-Para dar clases de educación secundaria.
-Entiendo..., siga, por favor.
-Desde junio de 2002 hasta abril de 2003, durante dos días a la semana ejercía como arquitecto municipal en Alcuescar. Tuve que dejarlo cuando ocupé una plaza de funcionario interino en la Dirección General de Urbanismo. Mis funciones ahora pasaban a ser las de ponente técnico de la Comisión de Urbanismo y Ordenación Territorial de Extremadura.
-Un momento. Veo que en septiembre de 2004 inició su vinculación con el Máster de Urbanismo.
-Sí, yo ya participaba en los cursos de la Escuela de Administración Pública. En realidad el por entonces director general de urbanismo me pidió que le sustituyese en una ponencia. Aquello fue el principio de muchas otras intervenciones en otros tantos cursos: diputaciones, entidades privadas,... En lo que respecta al máster, ya vamos por la octava edición. Todo ello está en su listado.
-Ya, ya...¿siguiente trabajo?
-En diciembre de 2005 dejé la Junta por la plaza, también interina, de arquitecto municipal de Coria. Sin embargo, muy pronto volvería a cambiar al surgir por fin una oportunidad en mi ciudad. En mayo de 2006 acepté el puesto de gerente del Colegio de Arquitectos en la unidad administrativa de Cáceres. En 2007 comenzamos también con la redacción de planes urbanísticos municipales.
-¿Cuántos ha elaborado?
-Llevamos una docena.
-En junio de 2009 tenemos un nuevo cambio ¿no es así?
-En el Colegio se avecinaban medidas traumáticas relacionadas con la crisis económica. Había una vacante en el Ayuntamiento de Cáceres. Yo estaba en una bolsa de empleo que se formó tras la última oposición. Me destinaron a la Oficina del Programa Especial de Vivienda. Esa es todavía mi actual ocupación.
-Pero ha pasado un año y medio ¿Qué es lo próximo?

domingo, 21 de noviembre de 2010

Entusiasmo

Resulta que ese sentimiento lo identificaban con el furor de las sibilas durante sus oráculos. Es posible, por tanto, que el entusiasmo proceda de una lógica borrosa o difusa. Quizá sólo los niños puedan conservarlo a salvo de las amenazas, los miedos y las dificultades. Al margen de espíritus proféticos y en medio de este ambiente hostil, tal vez el problema consista en no encontrar la causa hacia la que dirigir esa inspiración divina. De lo que no hay duda es que quien lo posee, en lugar de limitarse a sobrevivir, vive.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Antes de ayer

Por la mañana temprano, antes de acudir a la cita pasas por tu oficina. Recoges algo y dejas un mensaje sin destinatario posible. Al salir a la calle, la casualidad te vuelve a proporcionar una nueva y redundante dosis de escalofríos. Después de un breve trayecto en coche llegas al sitio. Acompañado de una suerte de personajes dispares, recorres un edificio recién construido. Otro mensaje, recibido en tu teléfono, te informa de que uno de los presentes ya no debería continuar allí. Prosigues la visita como si nada, aunque no puedes evitar observar furtivamente a la aludida. Acaba de tirar tus papeles al suelo y parece nerviosa. Subís a la cubierta por una escalera escamoteable. Allí arriba, le insistes en que no es necesario comprobar algunas cuestiones. En apenas dos horas la inspección ha terminado. Regresas al despacho vacío. Hacia el final de la mañana los vecinos habituales han vuelto. Te despides torpemente y sales a comer. Pasas por casa y añades una corbata a tu vestuario. Conduces algo menos de una hora, luchando contra el sueño. A pocos metros de tu destino casi sufres un accidente. Culpas al desvío provisional que te ha hecho atravesar un anodino barrio de ensanche. Una vez en el recinto, te cruzas con los alumnos de la edición que acaba de comenzar. Charlas unos instantes con unos cuantos conocidos; sin embargo, esa tarde es tu última intervención en el máster que finalizará al día siguiente. Pese a las alturas del curso, las cinco horas de ponencia acaban con una especie de debate retórico que tú no recuerdas haber podido suscitar en ninguna de las seis ediciones anteriores. Al despedirte de la joven coordinadora en funciones preguntas si tiene algo para tí y, con cara de no entender, responde que no. Luego, otra vez la carretera ahora envuelta en una noche que presagia lluvia.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Una parada imprevista (Michael Clayton)




Las tribulaciones dan vueltas y más vueltas en la cabeza como la colada en una lavadora. Los días se suceden en una inexorable espiral hacia el colapso. Esa vertiginosa rutina acaba con la noción del tiempo y los residuos del pasado se entremezclan con los acontecimientos presentes, mientras una luz en el salpicadero parpadea alertando del futuro. Conduce un hombre que ya no recuerda cuándo cayó a medio camino entre la voluntad y los sueños, en el tramo mal señalizado del fracaso. Un estado de crónico cansancio gobierna cada acción destinada a recorrer una ruta a la que no presta atención, pues ésta forcejea por ordenar ideas y descifrar la causa de la ácida sensación en sus entrañas. De repente, algo de todo aquello que le asalta a cada instante le hace pisar el freno y detenerse. Hasta ese momento no había reparado en que ha amanecido. Pese a la niebla del alba, a través de la ventanilla puede ver tres caballos en lo alto de un prado sólo poblado por unos pocos arboles deshojados. Sin parar el motor baja del coche, derecho hacia el sereno grupo que permanece no muy lejos. Días atrás su hijo le habló con entusiasmo del libro que estaba leyendo. El mismo, de tapas rojas, que inspiró al amigo que ha perdido. Era una de esas historias fantásticas sobre reinos imaginarios y heróes conquistadores. La ilustración que vió, al retirar el libro de los brazos del niño dormido, está ahora delante de él. Los caballos del dibujo resoplan y parecen observarle con extrañeza. Temiendo asustarles se acerca lentamente hacia ellos. Tienen un aire majestuoso que le hace sentir insignificante; sin embargo, al estar junto a esos seres de un mundo que ya no existe, comienza a experimentar una especie de paz narcótica. El frío que se le ha echado encima contrasta con el cálido vaho en el hocico que casi llega a acariciar, justo antes de que los caballos se alejen espantados por una llameante explosión que convierte su automóvil en una hoguera sin condenado al que quemar.