domingo, 27 de noviembre de 2011

39 escalones

 Querida Lola:

 El otro día bajé al sótano de esa casa cuya puerta enmarca un desornamentado alfiz, a ver a nuestro común amigo Roberto Costa. Le sugerí que saliese de las tinieblas, por una vez, y subiese los treinta y nueve escalones que tú no hace mucho levantaste. El preguntó por qué. Yo sólo le dije que lo comprendería cuando lo hiciese (sí, un recurso algo novelesco, lo reconozco).

Esta mañana apareció por aquí y, sin saludos previos ni nada de eso, me soltó: "Tenías razón, allí arriba todo es muy bello, verdaderamente bello". Pensé que debías saberlo.

Un beso.

Nota: Al leer el poema 'volver' me he acordado - no es que crea que tenga más vínculos que las propias palabras utilizadas, tú en los versos y yo en el título- del relato de alfiz: Antes de ayer 



viernes, 25 de noviembre de 2011

La Institución (V)




http://1-foto-cada-dia.blogspot.com/2011/04/paseando-en-medio-de-la-niebla.html


Como si una voluntad vieja e impasible cumpliese el vehemente deseo del joven Tancredi, el relevo de poder iniciado meses atrás se había completado por fín, sin que nada de este universo cretácico cambiase. Sin embargo, uno de esos dinosaurios permanecía en el sótano con la desapegada consciencia de estar malgastando una prórroga que se agota lentamente. Sobre la mesa seguían desfilando los mismos insustanciales expedientes -con la única diferencia de contener, de manera habitual, información sobre los anteriores regentes-, las mismas reuniones con Aguirre, el diplomático jefe que tampoco mostró inquietud alguna cuando la nueva curia se hizo cargo de La Institución. En una de aquellas sesiones matutinas, en las que Aguirre gustaba de repetir las directrices de siempre, Costa conoció al que pronto se desvelaría como factótum. Con aire de novato nervioso, Pablo Garro se incorporó sobre la marcha a la reunión, sin que fuera presentado hasta que Aguirre terminó su perorata, momento en que éste se dirigió a los presentes anunciando que aquel hombrecillo de escasa cabellera y mirada huidiza se unía al humilde y a la vez selecto grupo de caballeros del Grial.

- Roberto, haz el favor de quedarte un momento. Los demás podeís marcharos, gracias. Bueno, Roberto ¿qué te parece el nuevo chaval?
- Que no es tan chaval.
- ¡Ja!. Comparado contigo sí lo es ¿verdad? Además, te lo asigno. Enseñale a ser una estrella como tú. Uno de los mejores, sí, de los mejores.
- ¿Y que pasa con Martín?
- Nada en absoluto. Pero le conviene un descanso. Recuerda que gracias a tus ocurrencias tuvo que emplearse a fondo en el asunto de Lisboa. Imagino que nunca me dirás lo que pasó realmente, cabrón chiflado.
- No me jodas, Hector. No me quites a Martín y haz que otro haga de niñera.
- Sabes que te quiero. Ese tipo, aunque no lo parezca, tiene algo de experiencia. Formareís un buen tándem. Incluso un buen trío cuando vuelva tu compañero ¿de acuerdo?.
*

A las afueras de aquella ciudad antesala de las sierras rayanas, la estación de autobuses se encontraba cerrada. Sin embargo, en uno de los extremos del edificio, el bar permanecía abierto. Saludó nada más entrar, antes de comprobar que su amigo se encontraba en el rincón habitual de la barra, fumando ajeno a la prohibición, como todo el mundo, incluido el guardia civil de uniforme que reía con él mientras apuraba el último trago. Varios vinos más tarde, cuando ya estaban sólos, Costa comenzó con el interrogatorio:

- ¿Cómo va esa pierna?
- Sufriendo la helada de ahí fuera.
- ¿Y lo demás?
- Costa, no me des la brasa. Fue mala suerte, ya está.
- ¿Qué le has contado a Aguirre?
- Vete a la mierda. Soy tu colega, lo seré hasta el final. El problema es que a ti no te importa que llegue ese final. Y además te da igual que te pille conmigo al lado.





domingo, 13 de noviembre de 2011

Matar a un ruiseñor

Un anciano Gregory Peck, sentado en el escenario, contestaba a las preguntas del público que abarrotaba el teatro. La última que le hicieron, antes de despedirse con un dicho irlandés*, fue la tópica '¿cómo le gustaría ser recordado?'. Lejos de referirse a su labor como actor, expresó su deseo de que los suyos pensaran en él como un buen marido y un buen padre. Lo cierto es que, medio siglo después del estreno de 'Matar a un ruiseñor', su encarnación de Atticus Finch personifica al héroe más importante de la historia del cine. Un héroe capaz no sólo de ganarse la admiración de sus hijos sino la de un público entregado.

*(Para los curiosos diré que la despedida irlandesa de Peck era algo así: 'Que no les falte comida, ni una almohada blanda por las noches. Y que una vez dejen este mundo, descansen en el Cielo... al menos durante cuarenta años antes de que el diablo se dé cuenta de que han muerto y los lleve al Infierno')