lunes, 19 de marzo de 2012

Margarita

Temo que se haya convertido en costumbre eso de que no te tomen en serio cada vez que tratas de relatar algún suceso del pasado. Desde luego, tú y tu inclinación a la novela sois los únicos  responsables de esa falta de credibilidad. Sin embargo, lo que le contabas el otro día a los tuyos, sentados todos en la mesa de la cocina materna, era lo más parecido al recuerdo que permanece en tu contaminada memoria. Aún no debías haber cumplido los diez años cuando aquella profesora de prácticas hizo su resplandeciente aparición. Todavía hoy -y sin ánimo de establecer conexiones freudianas- para describirla la asimilarías a la jovencita de las fotos asepiadas en la que se encarna tu madre cada vez que repasas el disgregado álbum familiar. Frondosa y brillante cabellera negra, sin atisbos de otras tonalidades, enmarcando un rostro de belleza serena, dulce, amable ("digno de ser amado"). Su aspecto es el icono perfecto de los aires de libertad que por entonces ya habían llegado para quedarse (y eso que en el Diocesano seguían recurriendo al castigo físico como instrumento frecuente). Sonrisa amplia, más bien bajita, blusa blanca y falda vaquera. Siempre al fondo del aula del semisótano, acomplejado y retraído -sí, retraído-, hasta que ella propuso la idea tú jamas subiste voluntariamente a la tarima. Se trataba de que algún alumno expusiese el tema sobre las palancas y poleas de Arquímedes. Continúa sorprendiéndote que decidieras al instante levantar la mano; un punto de apoyo sirve para mover el mundo del mismo modo que el anhelo de captar la atención de una mujer guapa puede conducirte a tomar decisiones inopinadas. No sabrías decir si superaste la prueba con solvencia suficiente, pero lo que si conservas es la cariñosa aprobación de la maestra efímera, mientras te felicita por tus dibujos en el oscuro océano esmeralda que era la pizarra. Las ponencias de ahora te han alejado del encerado y, a lo sumo, en las manos tienes un lápiz digital con el que poder pintar margaritas que evocan el cálido y protector universo que tu madre sostiene eternamente para ti.