miércoles, 14 de julio de 2010

El imperio del sol

Quizás recuerdes cuando tenías once años. Si es así, tal vez reconozcas que entonces tu mirada aún revoloteaba libre de los prejuicios de ahora. Incluso puede que, ajeno a una supuesta realidad prosaica, retuvieses ciertos instantes a cámara lenta; caballos al galope sobre un estallido de agua y arena; héroes de calzón corto driblando contrarios en campos de tierra; un padre vigoroso empujando la colchoneta de su hijo por la orilla del mar, como si de una zódiac se tratara; una niña rubia jugando al brilé cuyos ojos se dejan sentir más que cualquier balonazo; gentes, ciudades, paisajes que no son percibidos más que como un envoltorio de ideas, sueños y ¿por qué no? de posibilidades.

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Sierra Norte


Fotografía: Ángel Sánchez Franco





Aparecisteis de repente, a un lado de aquella carretera que no conocía, justo cuando el sueño se dejaba sentir más incluso que el intenso calor. Ella –supongo que tu madre- gesticulaba muy nerviosa junto a un coche empotrado en la cuneta, en contraste con el bebé amodorrado que colgaba de su pecho. Le pedí que se tranquilizase y que se alejase hasta unos árboles en busca de sombra. Tú estabas unos metros más abajo, medio tendido en el suelo. No sé qué edad tendrías, tal vez unos once años. Ibas sin camiseta y me pareciste muy flaco. Se te veía dolorido pero no te quejabas. Te pregunté si estabas bien y respondiste que sí moviendo la cabeza. Unas llamas comenzaban a asomar por la parte trasera del coche, alcanzando el interior a través de los cristales rotos. Tu madre me indicaba a gritos que cogiera algo de dentro, lo que me hizo pensar que podía quedar alguien más. Al mirar, entendí que se refería a una bolsa llena de 'clicks' que estaba a punto de quemarse; muñecos como aquellos con los que yo también jugaba de pequeño, solo en mi habitación o en el cuarto de baño. El miedo a una explosión hizo que te cogiera en brazos, alejándote de allí. Mientras tanto, otros coches habían parado y algunas personas ya estaban con tu familia. Al dejarte otra vez en el suelo volví a preguntarte si te encontrabas bien y tú repetiste el gesto afirmativo. Por un instante tuve el impulso de ir a por los juguetes pero, en lugar de eso, regresé a mi coche para apartarlo del que ya ardía de forma considerable. Al avanzar unos metros, vi que en sentido contrario se acercaban dos motos de la Guardia Civil, y ya no me detuve hasta el final del viaje.

Desde aquel verano de 2001 no he vuelto por aquella carretera de El Pedroso que me llevó hasta Sevilla atravesando la Sierra Norte. Ni siquiera he vuelto a Azuaga, desde donde partí ese día. Sin embargo, hay una pregunta que me sigue acompañando desde entonces: ¿Cómo estás?

Ahí está