jueves, 14 de junio de 2012

El momento de Yazid























"No sé lo que ha ocurrido, por qué le han castigado. Pero me gustaría expresar mi respeto por un hombre que representa al mismo tiempo los valores más bellos del deporte y las mejores cualidades humanas que puedo imaginar". Jacques Chirac


Un instante, tan sólo eso; un instante es lo que revela la naturaleza del héroe. Al menos es la reflexión a la que nos invita Javier Cercas en su 'Soldados de Salamina' (por cierto, observo estupefacto como la editorial que publicó la novela en 2001 la califica de 'narrativa erótica' en su portal de Internet). Sin embargo, para el personaje protagonista de estas líneas, ese momento, "el único momento en que importa no equivocarse", le otorgó un matiz distinto, tal vez trágico.

Unos meses antes de aquella noche de julio de 2006, Zinédine Zidane ya había anunciado que se retiraría después del campeonato mundial. Francia defendía el título conseguido en 2002 y lo hizo como se esperaba, llegando a la final del torneo, con Italia como contendiente. También como suele suceder, fue un partido igualado, de modo que hubo que ir a la prórroga.

Dice el tópico que en esas situaciones puede pasar cualquier cosa, pero seguramente nadie estaba preparado para lo que ocurrió en el Olympiastadion de Berlín. En el minuto ciento diez, lejos de la zona donde corría la pelota, el capitán francés repentinamente anticipaba el fin de su deslumbrante andadura profesional, propinando un cabezazo a un adversario que le estaba hostigando. Expulsado del campo, su equipo perdió en la posterior tanda de penaltis.

Fieles al viejo código del juego, víctima y agresor (distribuyan ustedes los roles) nunca desvelaron las palabras exactas que provocaron la violenta reacción. Así, donde debía sonar una atronadora fanfarria, ese misterio corona con un fundido en negro el relato épico de una figura que años antes -en otra final, ésta jugada en Glasgow, defendiendo la camiseta inmaculada del mejor club de la historia- recibía un balón de cuero llovido del cielo y lo convertía en un mensaje sublime de belleza y victoria.

Es fácil suponer que el niño al que los suyos llamaban Yazid, empezó a gestar un sueño mientras mostraba su talento futbolero en las calles marsellesas de La Castellana. Puede que en esa misma cabeza que imaginaba entonces glorias deportivas, algo explotase devolviéndole a aquel pasado remoto. Muchos hablan de cómo en un instante el producto de toda una vida puede revelarse con la potencia del trueno. De ser así, la epopeya se tornaría en una suerte de narración elíptica; un relato que no culminaría en el fundido en negro sino que emergería de él, en forma de mito.

Tal perspectiva contemplaría el suceso como un factor inefable que, lejos de dañar al ídolo, lo haría más cercano, más amablemente humano en definitiva. Yazid dio paso a una leyenda; la historia de un hombre digna de ser contada: Zidane.


lunes, 4 de junio de 2012

La Institución (VII)

Las estrecheces presupuestarias habían llevado a Costa a compaginar su trabajo en los archivos con las propias de los husmeadores. Esta contingencia lejos de resultarle penosa le permitía salir ahí fuera de vez en cuando; otra cosa es que él estuviera bien entrenado para desenvolverse en el medio exterior. Sin la cobertura del malogrado Martín, viajó sólo hasta la capital vecina del sur. A pesar del corto trayecto, en comparación con lo azaroso que resultaba en su época de estudiante, le costó mantener los ojos abiertos al volante. Resultaba improbable que se encontrara con algún conocido, y de ser así dudaba de que fueran a abordarle hasta el punto de tener que justificarse. En ocasiones anteriores uno y otro habían optado siempre por la táctica del transeúnte ensimismado no consciente de quien le rodea. Sin embargo, al dirigirse a la recepción del hotel de convenciones, cruzó su mirada con la de uno de esos rostros al que ligarles un pasado, una historia o una simple referencia localizadora. Ninguno de los dos se saludó, pero al menos en el caso de Costa el modo 'simulación' incluyó una falta total de identificación del sujeto, provocándole una molesta sensación en la punta de una lengua neuronalmente castigada. Ya en el mostrador, mientras la recepcionista le informaba de algo relacionado con el precio del desayuno no incluido, vio como aquel hombre de pelo cano salía a la calle, abandonándole a la suerte de sus facultades mermadas.