martes, 25 de diciembre de 2012

Cinema Paradiso


















"- Vete. Esta tierra está maldita. Mientras permaneces en ella, te sientes en el centro del mundo. Te parece que nunca cambia nada. Luego te vas, un año, dos, y cuando vuelves todo ha cambiado. Se rompe el hilo. No encuentras a quien querías encontrar. Tus cosas ya no están. Estuviste ausente mucho tiempo, muchísimos años, para encontrar, a tu vuelta, a tu gente, la tierra donde naciste. Pero ahora no es posible. Ahora estás más ciego que yo
-¿Quién dijo eso? ¿Gary Cooper, James Stewart, Henry Fonda?
- No, Totó. Eso no lo dijo nadie. Lo digo yo. La vida no es como la has visto en el cine. La vida...es más difícil. ¡Márchate! ¡Regresa a Roma! ¡Eres joven! ¡El mundo es tuyo! Yo ya soy viejo. No quiero oírte más. No quiero oír hablar de ti. No vuelvas. No pienses en nosotros. No llames, no escribas. No te dejes engañar por la nostalgia. Olvídanos. Si regresas, no quiero que vengas a verme. No te dejaré entrar en mi casa. ¿Entendido?
- Gracias. Por todo lo que has hecho por mí.
- Hagas lo que hagas, ámalo. Como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño."
---


"- ¿En qué piensas, Totó?
- Pensaba... que siempre he tenido miedo de volver. Ahora, después de tantos años, creía que era más fuerte, que había olvidado muchas cosas. Y en cambio, vuelvo a encontrar lo que dejé, como si nunca me hubiera ido. Aunque miro alrededor y no conozco a nadie."




martes, 6 de noviembre de 2012

En las afueras























Corro. Estos últimos años he corrido más que en toda mi vida. Tal vez lo hago por la edad, por miedo a mi edad. Pero como en todo, no lo hago bien, no corro bien. La fatiga se presenta desde el inicio y mi trote es renqueante. Por eso busco los espacios menos concurridos, las afueras. Por la noche no me atrevo a ir por el campo que está aquí al lado, así que bordeo la ciudad. Transito por el oeste, donde el sol es un recuerdo vagamente insinuado en el horizonte. Una malla electrosoldada certifica el límite urbanizado. Tras ella, en un océano de oscuros pastos, observo una figura encapuchada que pasea un perro. Se descubre al verme y me saluda. Es un arquitecto, compañero de trabajo, padre, amigo. Le devuelvo el saludo sin detenerme. Es un barrio moderno, de clase media. Hace ocho años sólo era un amasijo de grúas y de esqueletos de hormigón; estampa muy ibérica en la pasada fiesta de la burbuja. La calle se curva dirigiéndome al sur. Me cruzo con otro corredor en sentido contrario. Del lado de los edificios, una pista iluminada junto a la piscina; están jugando al pádel. Continúo con el penoso tran tran. A lo lejos empiezo a divisar otro barrio, un barrio muy distinto, inacabado. Sólo tres bloques de edificios, tres moles, se levantan juntas en un extremo de la extensa urbanización. Acaban de entregar las primeras viviendas. La otra noche, desde el coche vi por fin algunas luces repartidas en distintos pisos. Un parque cubre la colina que corona el barrio. En la cumbre puedo ver gente ya; los primeros pobladores. Decido cambiar la ruta, bajo a ciegas un terraplén, atravieso la carretera nacional, encaro la vía de acceso que cruza por debajo de la línea ferroviaria. La última vez que estuve allí, hará dos años, dos de los tres edificios sólo tenían levantados los forjados de sótanos y planta baja. Yo trabajaba en una oficina de supervisión de estas actuaciones, las denominadas viviendas de protección pública del programa especial. A los pocos meses, la oficina cerró. Asciendo la amplia senda peatonal que conduce hasta lo alto del parque. Algo de la fatiga es levemente sustituida por la ridícula remembranza de Rocky Balboa en su escalada hasta el Capitolio; Bill Conti y su 'Gonna fly now'. Ya arriba, un perrito minúsculo y enrabietado me asalta entre ladridos histéricos. Una pareja joven le ordena retirarse. Les saludo, antes de esquivar al niño que pedalea, en un descontrolado zig zag, con su triciclo. A los pioneros se les perdona todo. Inicio el descenso por la cara oculta de la colina. Más allá, un cuarto bloque se encuentra en fase de construcción; 48 viviendas de protección oficial. Escudriñado el cartel informativo, es hora de emprender el regreso. A la altura de las viviendas recién ocupadas me desanimo al observar que la familia de antes se monta en un coche y se aleja. La única presencia humana visible ahora, yo, se presta a abandonar el lugar. Me llama la atención la enorme barrera que constituye el talud sobre el que descansa la vía del tren, a muchos metros de altura. Al otro lado del túnel encontraré el camino a casa.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Viejos desconocidos




Origen de la imagen



















El otro día lo confirmó mi madre. El chico ese se sienta todas las noches en el rincón más oscuro de la calle, muy cerca de una batería de contenedores de basura, sobre el murete que sostiene las vallas del parque. Se acomoda allí, con unos auriculares puestos y unas latas de cerveza. Es más o menos de mi edad (treinta y muchos), lo conozco desde hace tiempo, cuando solía ir acompañado por una chica (¿le habrá dejado?). La Flaca siempre le saludaba -sin detenerse- cuando nos cruzábamos con él; fueron vecinos en el edificio de la calle Fleming. Eso es todo lo que sé de él. Su aspecto es el de un roquero algo trasnochado y desgreñado, eso no ha cambiado. A mi madre le da algo de miedo. Por eso, cada noche al volver de casa de mi abuela, cambia de acera. Yo le he dicho, más por intuición que por otra cosa, que es inofensivo (aunque parezca herido).

Vicentín es el nombre de otro tipo al que suelo ver siempre, cuando paso por delante del bar Zany. Es el único bar del barrio que sobrevive con el mismo titular desde que yo era un crío. Está en una esquina entre las plazas de Gante y de Bruselas. El local se me antoja como la versión cañí del que inmortalizó Edward Hopper. A través de sus grandes cristales se puede ver a los parroquianos jugando al dominó o simplemente bebiendo. Vicentín (espero que ahora no lo llamen así) salía del Zany el otro día. Sostenía el teléfono mientras que, con la otra mano y la espalda curvada, parecía contrapesar el enorme volumen de su barriga. Tal vez hablaba con esa mujer con la que en otra ocasión le escuché discutir a gritos, también por teléfono, en el portal de mi abuela. Vicentín tiene, en su edad adulta, una mirada triste y enajenada, pelo encrespado, narizota y aspecto desaseado. Poco, muy poco, conserva de aquel joven recluta que adoraban vecinos suyos como mis abuelos. Creo que el uniforme verde oliva que entonces lucía era de la Legión.

Hay otro viejo desconocido, su nombre no importa, al que ven de vez en cuando cruzando la calle Viena. Dicen que va a visitar a su abuela o a su madre, o a ambas. Anda con los hombros algo caídos, la cabeza agachada, muy serio. Le cuesta saludar y cualquiera diría que siempre tiene prisa por abandonar el barrio en el que creció. Un barrio ya sin niños en sus calles y que, de repente, ha envejecido demasiado.

domingo, 14 de octubre de 2012

Salir






“Tú
harta de tanta duda,
yo
de preguntarle al viento,

¿que dónde conocí a la luna?
¿yo?
¿que en qué coños ocupo el tiempo?”


Todavía en medio de una nada oscura, el brillo de las estrellas es sustituido por las luces apiñadas del fondo. Más cerca, surgen las formas de la ciudad amarilla cubierta por el vapor del sodio. En las calles del centro, ruido y movimiento escenifican la celebración de la civilización. Nuestro amigo se reúne con un grupo en una terraza atestada. Desde allí se dirigen al lugar del concierto. Toman una ruta alternativa para evitar atascos; de nuevo las afueras se asoman a la noche. En un cruce inhóspito alguien golpea la ventanilla del copiloto. Después del susto le indican al extraño que van al mismo sitio que él. El viejo camino que nuestro amigo recordaba está ahora asfaltado, más allá del caótico polígono industrial. Tras un trecho desértico y ciego aparece el recinto iluminado con una aura de polvo resplandeciente. En ese páramo de sombras, un escenario de gran altura se distingue en la cabecera como un altar levantado al familiar dios de la rebeldía. El grupo se funde con el gentío que va llegando. Un orden invisible gobierna el fantástico tinglado, de modo que todos los fieles ocupan con asombrosa facilidad su lugar en el templo. El grupo se sitúa delante del escenario pero no muy cerca, a pocos metros de las barras de bebida. Comienza el espectáculo; se enciende La Bestia. Como preludio de la catarsis venidera, suenan acordes que despiertan recuerdos añejos en nuestro amigo. Los ojos se le humedecen penetrando en un bar pequeño de una calle minúscula de la misma ciudad que en ese momento vibra y se expande. Todos los que le acompañan en ese bar están ya muy lejos. Porta un litro de cerveza que no tiene con quién compartir. Alguno del grupo presente le ofrece de su bebida pero él es incapaz de aceptar, mientras a la suya se le van las burbujas y la espuma. Tampoco reacciona cuando, más adelante, otro de los del grupo le pasa el brazo por los hombros para corear las canciones. No obstante, en una especie de raro homenaje a los camaradas ausentes, nuestro amigo balancea el cuerpo sin cesar (¿eso es bailar?) durante toda la velada. Forma, a su manera, parte de una fiesta que consta de un par de descansos que sirven como contraste prosaico de lo sublime. El concierto es también una gran fábrica de orines; una enorme e incómoda demostración de humanidad. Sin embargo queda el final, un último arrebato colectivo adornado por la danza cimbreante de focos que peinan el mar agitado de cabezas; el bosque de manos abiertas hacia el firmamento. Al acabar, la misma fuerza invisible arrastra a la gente hacia el exterior; un reguero de muertos vivientes que regresan a la ciudad. El caudal va diluyéndose en su avance. El grupo de nuestro amigo regresa caminando y, a las puertas de una urbe que ofrece prolongar sus dones, él se despide de ellos. En su periférica andadura, poco a poco deja atrás al resto de personas. Mientras se aleja, la luz se reduce a un reflejo en su espalda solitaria y el camino va estrechándose en su incierta internada hacia las tinieblas.

martes, 2 de octubre de 2012

Cierta idea de Smiley

Añorado George:
Anoche vi esa película de Thomas Alfredson que trata de adaptar la novela 'El Topo'. Le Carré, tu ¿creador?, también colabora en ella y eso se advierte, sí, en la atmósfera que gobierna el reconocible universo desolado por una posguerra que acabó con el frente; la linea que distinguía inequívocamente los bandos. Desde entonces no sabes contra quién luchas, aunque aún tienes a Karla. Él tiene el mechero que le regalaste y tú, aunque no lo muestre la película, conservas su borroso retrato colgado en la pared. Todavía más imperceptible es la imagen de Ann; una figura lejana, esquiva; la brillante melena negra en eterno escorzo. Enemigo y amante, uno y otro, son fantasmas con los que mantienes una relación tan cotidiana como imposible. Dan forma a tu desencanto, enterrando los últimos vestigios de un viejo idealismo juvenil que ya no reconoces en ninguno de los tuyos, los moradores del Circus. Control ha muerto y el ambicioso Alleline no ha dejado que su silla se enfríe; Lacon sólo está interesado en tener contentos a los ministros; A la vieja Connie la han jubilado y el único material ruso del que dispone es una botella de vodka;  Haydon, con su aire de tutor de Oxford, se obstina en negar su edad acostándose con todo lo que se mueve; Sterhase, ese mercenario disidente, no merece comentario; ¿y Westerby? ¿Qué ha hecho Alfredson del honorable colegial? Ni rastro de su condición de eremita devorador de libros, un solitario derrotado como tú. De hecho Westerby eres tú, Smiley, con veinte o treinta años menos (pero eso sólo lo desvela tu trilogía impresa). Sin embargo, en la casa todavía permanece tu última esperanza, Peter Guillam, el elegante y leal (a ti) agente de campo que en el celuloide ha sustituido a la bohemia estudiante de violín por un maduro amo de casa de la City. Ahí están todos, juntos compartiendo soledades, en una carrera que devora los músculos del corazón y en la que no hay ganador; en un juego que no tiene gracia pero en el que abandonar no es una opción, siguiendo pistas falsas por un laberinto de miradas huidizas y silencios elocuentes. La fiesta os ha reunido, George, pero tú no logras emborracharte. Te entiendo; la película es sólo una aproximación a un mundo que ya no existe, y mañana hay que levantarse temprano.


jueves, 20 de septiembre de 2012

Urbanismo de novela




Pasaba por ahí






















"Del cielo intensamente azul colgaban oscuras nubes verticales, deshilachadas e inmóviles, como harapos quemados o restos de un gigantesco decorado después de un incendio. El mar venía revuelto y sucio, hedía en la rompiente una espuma arenosa y flotaba un tronco a la deriva, girando. Mao se paró a ladrar al leño cuando él ya se internaba, más allá de las dunas, por las fantasmales calles futuras de la futura urbanización; asfalto y rastrojos convivían en el vasto páramo, y solitarios bordillos interminables, destinados a aceras que aún no existían, se perdían a lo lejos, parcelando la hierba que crecía libre; farolas nuevas y oxidadas esperaban luz a lo largo de desoladas avenidas de gravilla entre viñas muertas, por calles espectrales que no llevaban a ninguna parte. Pensó en el nuevo paisaje que le esperaba allí un día para ser descrito, en las deposiciones del tiempo que ya lo desfiguraban antes de nacer y en ese mar de rumor repetido, sosegado y omnipresente: el mar filtrándose ya en el texto, inundando las voces de ayer y de mañana, mezclando el sueño y la vigilia..."


La Muchacha de las Bragas de Oro.
1978. Juan Marsé.

sábado, 15 de septiembre de 2012

La Institución (VIII)

Al volver del café su mente ya no estaba puesta en la sesión inaugural de la 'Unidad de Análisis'. A última hora del día anterior le habían convocado para aquel 'nuevo embolado' según le aclaró la joven coordinadora a la que había conocido meses atrás y que, por alguna razón insensata, había forzado su candidatura al polícromo grupo de 'expertos'. Hacía rato, un par de viejos resabiados de La Administración le habían arrebatado a la joven el control de la reunión, intercambiando consabidos lamentos, proféticas y apocalípticas reflexiones y estableciendo objetivos muy distintos del previsto por la ingenua coordinadora. Sólo las desnudas piernas entrecruzadas de una jefa de sección, que ocupaba un asiento alejado de la enorme mesa de juntas, le mantenía conectado en ese momento a aquellos desconocidos habituales. Sin embargo, la visión furtiva le devolvía al espinoso recuerdo de Ella, al dolor de las quemaduras provocadas por un fuego fatuo que se intensificaba cuanto más frialdad desprendía la distante cariátide congelada. A cada puñalada evocadora la conciencia hacía el resto, demostrándole que el Tiempo no siempre lo cura todo. Por fin pudo tomar la palabra la derrotada moderadora, aunque sólo lo hizo para dar por finalizada la primera -y según las más elementales leyes de la lógica, última- sesión de la neonata Unidad. Costa salía sin despedirse, más cabizbajo de lo normal, tal vez por la molesta impresión admonitoria de la jefa de sección. A un paso de las acristaladas puertas del Módulo C, alguien le llamó desde el concurrido vestíbulo. Le costó reconocerla. Llevaba el pelo más largo y presentaba una figura más ancha de la que guardaba en su memoria. Besos efusivos, abrazos de antiguos camaradas. "Así que te han mandado a ti" (-¿cómo lo sabía? Sólo falta que publiquen estas cosas en el boletín oficial- pensó.) "¿Qué tal ha ido?". "Pues mira, Luz, -aún sin saber qué papel jugaban ella y la mujer que la acompañaba y les escuchaba cigarrillo sin encender en mano- demasiada gente, demasiada sabiduría, demasiadas propuestas normativas reguladoras... y ausencia absoluta de sentido práctico"."¡Ay, Roberto!, mira, te presento a mi jefa, Catalina Vela, la directora que ha organizado todo esto".

jueves, 30 de agosto de 2012

Los 6 grados de libertad del urbanismo



























Los 6 grados de libertad del urbanismo extremeño

Las leyes de la Física establecen que todo cuerpo en el espacio tiene 6 formas de moverse por el mismo (3 movimientos de traslación y 3 de rotación, cada uno de ellos respecto de los ejes X, Y y Z con los que representamos las tres dimensiones del espacio). Estos 6 tipos de desplazamiento son denominados grados de libertad.



Un sencillo análisis de la legislación urbanística extremeña[1] nos desvela que en función del tamaño poblacional del municipio podemos distinguir 6 niveles de acotamiento normativo o grados de libertad (límites a la potestad). Cada uno de esos niveles queda definido por la combinación de otras 6 disposiciones o determinaciones establecidas en el referido marco legal. Para referirnos a ellas podríamos empezar por la Disposición Adicional 3ª LSOTEX, donde se ofrece un régimen particular a los 'pequeños municipios' (aquellos que alcanzan una población de hasta 2000 habitantes) en cuanto a la posibilidad de 'optar por un planeamiento general y un sistema de ejecución del mismo simplificados' (sin obligación de reservar vivienda protegida, con estándares dotacionales en menor cuantía y en función de la superficie de la actuación urbanizadora y no respecto de la edificabilidad, ejecución mediante obras públicas ordinarias). El siguiente factor sería la reserva de parques y jardines perteneciente a la red básica dotacional señalada en el art. 70 LSOTEX y desarrollada en el artículo 25.8 RPLANEX. Como tercera cuestión tendríamos el desglose de competencias Comunidad Autónoma/Municipio para el otorgamiento de la Calificación Urbanística en el Suelo No Urbanizable Común (art. 26.1.2 LSOTEX). Un cuarto factor lo encontraríamos en el límite de edificabilidad residencial o terciaria de los nuevos desarrollos urbanos (art. 74.2.2.a LSOTEX). En materia de disciplina urbanística, un quinto condicionamiento perfila la conformación de personal de inspección, que será obligatoria en todo caso para los municipios mayores de 10.00 habitantes (art. 190 LSOTEX). Por último, cabría señalar el deber de adaptación u homologación del planeamiento municipal anterior a LSOTEX (Disposición Transitoria 2ª.2).

GRADO 1

Atendiendo a lo expuesto en el párrafo anterior, el grado 1 incluiría a los municipios de hasta 2.000 habitantes, donde es aplicable el régimen de pequeños municipios, no les es exigible la previsión de red básica dotacional de parques y jardines, la competencia para otorgar la calificación urbanística en SNU corresponde a la Consejería correspondiente, la edificabilidad residencial y terciaria de sus nuevos desarrollos urbanos no puede superar los 0.7 m2t/m2s y contará obligatoriamente con personal de inspección si el municipio está integrado en mancomunidad con fines urbanísticos. A este grado se ajustan el 74% de los municipios de Extremadura (283 de los 385 en total), cuya extensión superficial abarca el 49% de la comunidad autónoma.

GRADO 2

En el grado 2 (los que presentan una población entre 2.000 y 3.000 habitantes) estarían aquellos a los que no gozando del régimen particular de los 'pequeños municipios' les es de aplicación el resto de factores del grado 1. En este nivel encontramos un 11% de los municipios (41 en total), con una superficie conjunta que representa el 10% de la comunidad autónoma.

GRADO 3

Al grado 3 (entre 3.000 y 5.000 habitantes) le corresponden los mismos factores que al grado 2 más la obligación de que sus planes generales reserven al menos 2.000 m2 de parques y jardines pertenecientes a la red básica dotacional por cada 1.000 habitantes previstos o fracción de 500. 22 municipios presentan este rango poblacional, abarcando el 9% de la superficie de Extremadura.

GRADO 4

El grado 4 (entre 5.000 y 10.000 habitantes) contendría las mismas determinaciones que el grado 3 con la diferencia de que la reserva básica dotacional mínima será de 5.000 m2 por cada 1.000 habitantes previstos o fracción de 500. Son 25 los municipios de este rango poblacional, suponiendo en su conjunto el 15% del territorio de la comunidad autónoma.

GRADO 5

En el grado 5 (de 10.000 a 20.000 habitantes) al régimen previsto en el grado 4 se le añaden la obligación de disponer de unidad administrativa inspectora municipal y la de disponer de planeamiento adaptado u homologado (al momento de redacción del presente informe, de entre los 8 municipios de este rango, sólo Montijo y Villafranca de los Barros no muestran datos de haber iniciado la referida adaptación). La extensión territorial de este grupo de municipios únicamente representan un 4% de la superficie de Extremadura.

GRADO 6

Por último, en el grado 6 (a partir de 20.000 habitantes) el régimen será idéntico al grado 5 con las diferencias siguientes:
·         La competencia para otorgar la calificación urbanística en SNU corresponde al Municipio
·         El límite máximo de edificabilidad residencial y terciaria de sus nuevos desarrollos urbanos alcanza los 0.9 m2t/m2s
A este grupo pertenecen 7 municipios que cubren en su conjunto un 12% del territorio autonómico.

SINTESIS. FUENTE DE DATOS:

A continuación se exponen los resultados expuestos en el informe así como los datos que han servido para el análisis.



Extremadura: Graduación urbanística por rangos de población:

Población (hab. dcho.)
Nº Municipios
Régimen aplicable (Disp. Ad. 3ª LSOTEX)
Reb Básica Parques y Jardines (m2/1.000 o fracción de 500 hab. previstos) (art.25.8 RPLANEX)
Calificación Urbanística SNU Común
(art.26.1.2. LSOTEX)
Edificabilidad residencial o terciaria en nuevos desarrollos urbanos (m2t/m2s) (art. 74.2.2.a LSOTEX)
Personal de inspección
(art. 190 LSOTEX)
Homologación
Adaptación
(Disp. Tr. 2ª.2 LSOTEX)
1
< ó = 2.000
283
Pequeño municipio
---
Otorga Consejería competente
0.70
Si pertenecen a mancomunidad con fines urbanísticos
---
2
2.001-2.999
41
General
3
3.000-5.000
22
> 2.000
4
5.001-10.000
25
> 5.000
5
10.001-19.999
7
Unidad Administrativa
De oficio por  Consejería competente (1)
6
> ó = 20.000
7
Otorga Municipio
0.90

(1) De Mérida, Montijo y Villafranca de los Barros no se tienen datos sobre el inicio de la Homologación o Adaptación.












[1] LEY 15/2001, de 14 de diciembre, del Suelo y Ordenación Territorial de Extremadura (LESOTEX) y Decreto 7/2007, de 23 de enero, por el que se aprueba el Reglamento de Planeamiento de Extremadura (RPLANEX).

miércoles, 8 de agosto de 2012

8


















Anunciaste tu llegada en aquel estudio de pintura de la calle Valdés reconvertido en bohemia infra-vivienda. Unos meses más tarde abandonamos precipitadamente un restaurante de la Baixa en Oporto. Tu madre había contraído la varicela. Pasamos la mitad del embarazo esperando que a ti no te hubiera afectado. Hace hoy ocho años, una madrugada ella rompió aguas. Al mediodía, los médicos me hicieron salir del paritorio. Tratando de contener la preocupación, avisé por fin a los abuelos. Cuando me dejaron verte, camino de los neo-natos, tenías el cráneo completamente deformado por la ventosa. Es curioso, pero viendo esa cara arrugada por el llanto, pensé que eras clavado a mí. Naciste con muy poco peso, y más que perdiste cuando, a los pocos días, la leche no terminaba de subir al pecho de tu madre y volvieron a ingresarla por una infección. El miedo se prolongó, en mi caso, unos cuantos meses más. Y el miedo últimamente parece atosigarte a ti, ahora. Tu abuelo ya no podrá nunca llevarte en coche por la ciudad, para enseñarte las banderas y las fuentes. Con su peculiar grandilocuencia decía que eras el 'Hijo de las estrellas'. Siento que veas a tu padre triste y serio, pero espero que ese entusiasmo tuyo te ayude a seguir creciendo. Tienes mucho de la efervescencia de tu madre. Tenías que escuchar a tus profesores hablar de ti. Despiertas la ternura hasta de las personas más hurañas. Niños el doble de grandes que tú presumen de ser tus amigos. Debes dejar aparcado ese miedo que te ronda, y tratar de disfrutar de este mundo al igual que lo haces en esos otros universos virtuales en los que juegas. Por ahí se encuentra La Belleza, aunque a veces cueste reconocerla.  Yo prometo ayudarte en esa tarea; la única que merece la pena. Feliz cumpleaños, hijo.

jueves, 26 de julio de 2012

70

Dentro de unos minutos hará setenta años que la abuela Paca te trajo a este mundo. Imagino a Nino, tu padre, exultante invitando a todos los parroquianos del bar. Una invitación que se repetiría un par de décadas después, en la antigua cafetería Lux cuando, contra el pronóstico de los necios que entienden el destino como una consecuencia de la clase social a la que se pertenece, obtuviste el título de ingeniero. Dales, a los dos, un abrazo muy fuerte de mi parte. Con todo, yo creo que lo mejor que supiste hacer fue eso que no te enseñaron  los Franciscanos, eso para lo que no nos preparan a ninguno; Fuiste un padre genial, lo digo en serio, ¡qué personaje! Esa figura autoritaria que describen de otros no encajaba en ti ni aunque quisieras. Tus peculiares maneras, sin embargo, nos calaron profundamente, sin duda. Y eso es algo que nos sirve, de verdad, quédate tranquilo. Por cierto, te fuiste sin que me diera tiempo a pedirte perdón por tantas veces que hemos discutido; por lo mal que te he hablado en ocasiones, a ti que siempre me has levantado el ánimo cada vez -y eran muchas las oportunidades- que me hundía en mis terrores. Si he seguido adelante ha sido fundamentalmente gracias a ti, ahora me doy cuenta; ahora que no tengo con quién sostener esas largas conversaciones. Sospecho que a pesar de ello te dejaste muchas cosas por contar pero, si es así, entiendo que eso es algo que debe pertenecerte a ti y sólo a ti. Por mi parte no hay problema, yo también trataré de llevarme conmigo cierta información estrictamente íntima. Tal vez no te sirva de mucho pero quiero decirte, por último, que para nosotros sigues muy presente; no sabes hasta qué punto. Te quiero.

martes, 24 de julio de 2012

Un Hércules Gaditano

Donde antes sólo había dunas, enebros y pinares, ahora se levantan campos de golf, apartamentos y hoteles. En uno de ellos pasamos estos días. Aquel territorio de la infancia me resulta irreconocible. Tan sólo me es familiar el peculiar olor que emana de las cañerías. Ansioso por encontrar alguna referencia, he sacado a todos de la piscina y nos hemos asomado a la playa. Dicen que el baluarte que se divisa desde esa parte del litoral se erigió sobre los cimientos de un viejo templo fenicio que durante la dominación romana fue consagrado a Hércules, ese héroe de final agónico. Lo encuentro más reluciente de lo que recordaba, casi fantasmagóricamente fluorescente; más tarde me entero de su reciente restauración.

Las horas siguientes responden al guión de las vacaciones ideales hasta que volvemos a encontrarnos en la piscina. La tarde avanza y, mientras la flaca me releva en entretener a los críos, vuelvo la mirada a poniente, hacia el mar, una lejana banda resplandeciente entre la masa de árboles. Obtengo la venia casi sin necesidad de abrir la boca (la flaca me conoce demasiado bien) y, a los pocos segundos, estoy corriendo en dirección a mis tribulaciones. Una senda de asfalto atraviesa terrazas, puestos comerciales, cartelería varia y bañadores tendidos sobre antepechos de todos los estilos y sin él. Desorientado busco el paseo marítimo. La fatiga se presenta con una antelación sonrojante cuando giro noventa grados hacia la atestada playa. Por azar encuentro el paseo. Hacia el final, junto con el Castillo de Sancti Petri, aparecen otros vestigios de mi memoria: el acantilado, la escalinata, la fea mole blanca de apartamentos... Sin embargo, mis ojos lo que no paran de escudriñar es la orilla; esa franja de tierra invadida por el oleaje con una periodicidad impasiblemente crónica. Todo está limpio: ni rastro de rocas. Ninguna trampa medio oculta que pueda herir a nadie como la que hizo sangrar a mi padre treinta años atrás, aquella que anticipó el dolor de su reciente pérdida.

Al día siguiente, por la mañana, vuelvo a abandonar repentinamente a los míos y decido recorrer de nuevo los tres kilómetros que me separan del extremo occidental de La Barrosa; esta vez a pie descalzo y por la orilla del mar. Otra vez el acantilado; presenta un horrible zócalo artificial que tapona los orificios y recovecos antaño tan tentadores para niños juguetones, amantes temerarios y buscadores de basura. A su altura se ven Los Lavaculos, la plataforma caliza plagada de bañeras surgidas de la abrasión. Unos metros delante, unos bultos oscuros emergen al retirarse las olas. Pienso que tal vez sean algas pero al acercarme a la primera de esas excrecencias compruebo que se trata de ella: su apariencia serviría para describir la piel de uno de esos dioses ctónicos contra los que luchó Hércules. Amorfa, llena de protuberancias, embadurnada de una película viscosa, salpicada de una suerte de almejillas cuya concha es sólo una vulva cartilaginosa y semitransparente. Una pisada desnuda en ese atisbo del inframundo no resulta una experiencia agradable precisamente. La maldigo y doy media vuelta.

jueves, 14 de junio de 2012

El momento de Yazid























"No sé lo que ha ocurrido, por qué le han castigado. Pero me gustaría expresar mi respeto por un hombre que representa al mismo tiempo los valores más bellos del deporte y las mejores cualidades humanas que puedo imaginar". Jacques Chirac


Un instante, tan sólo eso; un instante es lo que revela la naturaleza del héroe. Al menos es la reflexión a la que nos invita Javier Cercas en su 'Soldados de Salamina' (por cierto, observo estupefacto como la editorial que publicó la novela en 2001 la califica de 'narrativa erótica' en su portal de Internet). Sin embargo, para el personaje protagonista de estas líneas, ese momento, "el único momento en que importa no equivocarse", le otorgó un matiz distinto, tal vez trágico.

Unos meses antes de aquella noche de julio de 2006, Zinédine Zidane ya había anunciado que se retiraría después del campeonato mundial. Francia defendía el título conseguido en 2002 y lo hizo como se esperaba, llegando a la final del torneo, con Italia como contendiente. También como suele suceder, fue un partido igualado, de modo que hubo que ir a la prórroga.

Dice el tópico que en esas situaciones puede pasar cualquier cosa, pero seguramente nadie estaba preparado para lo que ocurrió en el Olympiastadion de Berlín. En el minuto ciento diez, lejos de la zona donde corría la pelota, el capitán francés repentinamente anticipaba el fin de su deslumbrante andadura profesional, propinando un cabezazo a un adversario que le estaba hostigando. Expulsado del campo, su equipo perdió en la posterior tanda de penaltis.

Fieles al viejo código del juego, víctima y agresor (distribuyan ustedes los roles) nunca desvelaron las palabras exactas que provocaron la violenta reacción. Así, donde debía sonar una atronadora fanfarria, ese misterio corona con un fundido en negro el relato épico de una figura que años antes -en otra final, ésta jugada en Glasgow, defendiendo la camiseta inmaculada del mejor club de la historia- recibía un balón de cuero llovido del cielo y lo convertía en un mensaje sublime de belleza y victoria.

Es fácil suponer que el niño al que los suyos llamaban Yazid, empezó a gestar un sueño mientras mostraba su talento futbolero en las calles marsellesas de La Castellana. Puede que en esa misma cabeza que imaginaba entonces glorias deportivas, algo explotase devolviéndole a aquel pasado remoto. Muchos hablan de cómo en un instante el producto de toda una vida puede revelarse con la potencia del trueno. De ser así, la epopeya se tornaría en una suerte de narración elíptica; un relato que no culminaría en el fundido en negro sino que emergería de él, en forma de mito.

Tal perspectiva contemplaría el suceso como un factor inefable que, lejos de dañar al ídolo, lo haría más cercano, más amablemente humano en definitiva. Yazid dio paso a una leyenda; la historia de un hombre digna de ser contada: Zidane.


lunes, 4 de junio de 2012

La Institución (VII)

Las estrecheces presupuestarias habían llevado a Costa a compaginar su trabajo en los archivos con las propias de los husmeadores. Esta contingencia lejos de resultarle penosa le permitía salir ahí fuera de vez en cuando; otra cosa es que él estuviera bien entrenado para desenvolverse en el medio exterior. Sin la cobertura del malogrado Martín, viajó sólo hasta la capital vecina del sur. A pesar del corto trayecto, en comparación con lo azaroso que resultaba en su época de estudiante, le costó mantener los ojos abiertos al volante. Resultaba improbable que se encontrara con algún conocido, y de ser así dudaba de que fueran a abordarle hasta el punto de tener que justificarse. En ocasiones anteriores uno y otro habían optado siempre por la táctica del transeúnte ensimismado no consciente de quien le rodea. Sin embargo, al dirigirse a la recepción del hotel de convenciones, cruzó su mirada con la de uno de esos rostros al que ligarles un pasado, una historia o una simple referencia localizadora. Ninguno de los dos se saludó, pero al menos en el caso de Costa el modo 'simulación' incluyó una falta total de identificación del sujeto, provocándole una molesta sensación en la punta de una lengua neuronalmente castigada. Ya en el mostrador, mientras la recepcionista le informaba de algo relacionado con el precio del desayuno no incluido, vio como aquel hombre de pelo cano salía a la calle, abandonándole a la suerte de sus facultades mermadas.

domingo, 13 de mayo de 2012

La Caballería del Muerto

Llevábamos ya un rato rodando por las veredas de aquel territorio abierto, siguiendo la polvorienta estela de los que conocían el trayecto, cuando me pregunté qué hacíamos allí, lejos de nuestro pequeño universo reconocible. Antes de subirnos al coche, vi al viejo profesor de literatura del instituto. Iba cargado con bolsas de la compra y le abordé desde cierta distancia. Al llegar a su altura, por fin cumplí lo que hasta hoy nunca pude conseguir cada vez que me cruzaba con él por la calle (la última vez, yo estaba corriendo y después de pasar de largo, parar y volver para buscarle, no le encontré). Me presenté como un antiguo alumno suyo y le dije que sólo quería agradecerle la mejor evaluación que jamás nadie había hecho de uno de mis ejercicios académicos. Le expliqué que se trataba de un examen sobre el movimiento romántico del XIX, al final del cual escribió una nota de agradecimiento que cité palabra por palabra y que no procede aquí reproducir. Después de escuchar mi historia, esbozó un pequeño gesto risueño y contestó: "la cortesía del filósofo".
Pensaba en lo anterior, cuando de repente aquel viaje eterno entre vacas y encinas culminó junto a un caserío formado por desiguales construcciones a la sombra de unos cuantos árboles de gran porte. No fueron pocas las dificultades a vencer al principio: el calor era sofocante, los niños tenían miedo de los perros, de las cacas de las ovejas, de los insectos; era la primera vez que mi madre ejercía de viuda fuera de los límites de su ciudad y, por si fuera poco, yo tenía que cargar conmigo mismo. Poco a poco, con la inestimable ayuda de nuestros cariñosos anfitriones, fuimos aclimatándonos. Nos enseñaron la nave almacén reconvertida en casa fresca, contemplamos las rosas del 'patio' y nos asomamos a la charca de los galápagos. Luego comimos en el salón adornado por los mapas de mediados del XX y las ortofotos de época más reciente. La toponimia señalaba aquel paraje como la Dehesa de la Caballería del Muerto, tierras que en tiempos de la reconquista debieron servir de pastos para las órdenes militares que tenían su bastión principal en Trujillo. Mi adaptación personal tuvo su máxima expresión en una siesta dormida en la cómoda mecedora de respaldo redondeado. A ello le siguió un disputado partido de fútbol con los chiquillos. Avanzada la tarde, ellos terminaron su bautismo triunfal en los corrales, acariciando a los borreguitos e imitando su balido. Tras visitar el huerto, quise entrar en el edificio centenario que sirvió de vivienda de la familia. Dentro de esas estancias abandonadas, lóbregas y sucias, lo logrado a lo largo del día estuvo a punto de echarse a perder entre penumbras amenazantes. Sin embargo, al salir y emprender el regreso, el inestable equilibrio de los últimos meses se recompuso lo suficiente para dirigir una última mirada a un paisaje verde y tranquilizador, enmarcado por un cerro escarpado que señalaba un occidente que comenzaba a engalanarse para cobijar a un sol de justicia sólo tamizado por la densa calima del bochorno.

lunes, 19 de marzo de 2012

Margarita

Temo que se haya convertido en costumbre eso de que no te tomen en serio cada vez que tratas de relatar algún suceso del pasado. Desde luego, tú y tu inclinación a la novela sois los únicos  responsables de esa falta de credibilidad. Sin embargo, lo que le contabas el otro día a los tuyos, sentados todos en la mesa de la cocina materna, era lo más parecido al recuerdo que permanece en tu contaminada memoria. Aún no debías haber cumplido los diez años cuando aquella profesora de prácticas hizo su resplandeciente aparición. Todavía hoy -y sin ánimo de establecer conexiones freudianas- para describirla la asimilarías a la jovencita de las fotos asepiadas en la que se encarna tu madre cada vez que repasas el disgregado álbum familiar. Frondosa y brillante cabellera negra, sin atisbos de otras tonalidades, enmarcando un rostro de belleza serena, dulce, amable ("digno de ser amado"). Su aspecto es el icono perfecto de los aires de libertad que por entonces ya habían llegado para quedarse (y eso que en el Diocesano seguían recurriendo al castigo físico como instrumento frecuente). Sonrisa amplia, más bien bajita, blusa blanca y falda vaquera. Siempre al fondo del aula del semisótano, acomplejado y retraído -sí, retraído-, hasta que ella propuso la idea tú jamas subiste voluntariamente a la tarima. Se trataba de que algún alumno expusiese el tema sobre las palancas y poleas de Arquímedes. Continúa sorprendiéndote que decidieras al instante levantar la mano; un punto de apoyo sirve para mover el mundo del mismo modo que el anhelo de captar la atención de una mujer guapa puede conducirte a tomar decisiones inopinadas. No sabrías decir si superaste la prueba con solvencia suficiente, pero lo que si conservas es la cariñosa aprobación de la maestra efímera, mientras te felicita por tus dibujos en el oscuro océano esmeralda que era la pizarra. Las ponencias de ahora te han alejado del encerado y, a lo sumo, en las manos tienes un lápiz digital con el que poder pintar margaritas que evocan el cálido y protector universo que tu madre sostiene eternamente para ti.

domingo, 12 de febrero de 2012

La herida
























Hay un rincón de la memoria donde se acumulan ciertos recuerdos que se saben imperecederos. Permanecen ahí, discretamente, sin ruido, y sólo en contadas ocasiones son invocados. Cada vez que eso ocurre comprobamos cómo, con el transcurso del tiempo, muchos de los detalles se han ido perdiendo hasta decantarse en una suerte de ruina que mantendrá siempre la esencia del contexto original. Uno de esos vestigios resplandece con el sol que se precipita, estallando en las aguas de una playa gaditana. Los niños juegan en la orilla, como cada día, como cada verano. La atmósfera lleva suspendida la materia de la que se compone aquello que uno de esos chiquillos cree identificar con la felicidad, sólo contaminada en pequeñas dosis por los gérmenes del miedo abstracto a la pérdida y los inaudibles suspiros dirigidos a una nibelunga rubia de la pandilla. A unos metros del chapoteo infantil, los padres forman un grupo aparte. Son como dos especies distintas que acuden a beber a la misma charca, guardando las distancias. En un momento dado, y de forma totalmente imprevista, el padre del chico atribulado se interna en la maraña de cuerpecillos de piel pelada, pugnando por 'la Balsa de la Medusa' en la que han convertido la única colchoneta que tienen a mano. Apoderándose de la precaria embarcación, la arrastra a toda velocidad con los alegres liliputienses aferrados a ella. El niño en seguida experimenta una especie de orgullo asombrado, tanto que le hace abrir la boca y atragantarse con los chorros de agua salada que desprende la trepidante marcha de su padre. De repente, el juego queda interrumpido cuando el hombre se topa con una de las rocas que cubre el oleaje. En el recuerdo no se escucha ningún grito, pero la cara del accidentado penetra en los ojos del chico, hasta alcanzarle el pecho. Al ver la sangre del pie, el dolor se transforma en un escalofrío agudo; en el recuerdo sí existe la estremecedora sensación. Paralizado, ve cómo se lo llevan para curarle. Después de lo ocurrido, el niño nunca podrá desprenderse de un molesto sentimiento de culpa que le acompañará todavía hoy. Ahora, la herida no está en el pie, y no puede curarse con un poco de mercromina y una tirita; pero el hijo al menos intentará estar a su lado, mientras se recupera.

miércoles, 18 de enero de 2012

Aquel hotel de Sarajevo





 "Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando." Territorio Comanche. Arturo Pérez-Reverte

No he leído la novela, pero anoche pude ver la película. Al comienzo, cuando nada más llegar a Sarajevo la codiciosa periodista pregunta por el Holiday Inn, removí inciertos recuerdos de un viaje en autobús por una Europa que ya no es aquella. Era el verano de 1989 y llevábamos varios días recorriendo parte de Yugoslavia, después de cruzar la frontera con Italia donde habíamos visitado Milán, Padua y Venecia. Según nos alejábamos de la costa adriática, la atmosfera agreste se iba reflejando en el trazado de las carreteras, lo accidentado del relieve y, finalmente, en la grisura de las ciudades del interior. Sarajevo, sin embargo, aún mostraba restos coloridos de las olimpiadas de invierno de 1984 conviviendo con la iconografía urbana del Mariscal Tito. El hotel lo formaban dos de los edificios más altos. Sólo entramos para comer y cambiar dólares por dinares. En la zona de recepción, mientras esperaba leyendo la relación de divisas, me fijé en uno de los empleados. A la altura de mis ojos y del bolsillo de su chaqueta, llevaba una placa en la que se podía leer 'Drakan'. Si no fuera por su indumentaria de traje al uso, bien podría haber surgido de una de esas estatuas alegóricas de la revolución socialista. Supongo que el ejemplar de adolescente ibérico común que yo era, envidiaba las proporciones vitrubianas de aquella especie de partisano heroico cuyo rostro resultaba excesivamente serio para el negocio de la hostelería.

La historia de Territorio Comanche se sitúa en el conflicto que se desató dos años después. A partir de entonces, en el televisor aparecerían con frecuencia las dos torres gemelas del hotel, con los cristales rotos, sobreviviendo a duras penas sobre un manto de escombros. ¿Y el amigo Drakan? No puedo imaginar otra cosa que no encaje con la imagen que tuve de él. Lo más factible es que en ese supuesto destino no encontraría un solo destello de gloria. Seguro que El Corso supo contar en su libro lo que Gerardo Herrero sólo llegó a poder balbucir. La guerra, con su carácter inmanente a la realidad, no alcanza a ser explicada por la mera sucesión de testimonios ante la cámara de Jose. En el coloquio posterior a la emisión, se comparó a la película con otras como El año que vivimos peligrosamente (1983, Peter Weir) o Los gritos del silencio (1984, Roland Joffé). No lo escuché al completo, por lo que desconozco si el director habló de la referencia -tan obvia- a Salvador (1986, Oliver Stone), pero sospecho que su cinta terminó de editarse sin haber aprehendido esa instantánea ineluctable que el fotógrafo John Cassady persiguió hasta el final.

viernes, 6 de enero de 2012

La Institución (VI)

 

Fotograma de 'Frenético' (1988) Roman Polanski.


















Desde la ventana de su despacho Hector Aguirre contemplaba la ciudad fantasma, deslumbrada por el sol de invierno. Frente a él, las obras de la titánica mole de hormigón consagrada a La Administración permanecián paradas. En esos días de fiestas navideñas no había rastro del anecdótico factor humano. Nadie atravesaba el vacío que entre los edificios públicos conducía a las cafeterías de acogida. Cuando Pablo Garro llamó a la puerta abierta, tardó un par de segundos en darse la vuelta para recibirle.
-Qué tal con el amigo Roberto? -preguntó Aguirre, con gesto risueño.
-No abre la boca. Me habían contado lo contrario de él -respondió Garro.
-Antes no era así, te lo aseguro. A veces, cuando se encendía, no había quien le hiciera callar. Puede que los años que ha estado fuera le hayan vuelto silencioso. Por otro lado, en nuestro oficio eso no es malo. Lo que ya has podido comprobar es que sigue siendo un luchador. -Aguirre mantenía la mirada perdida en algún punto ajeno a Garro-. Pero no creas que lucha movido por el entusiasmo o el miedo. Tampoco lo hace por ninguna convicción, aquí no queremos insensatos de ese tipo. Lo hace por puro frenesí, un delirio furioso en su interior que no descansa nunca. Un ánimo exaltado que sólo puedes reconocer mucho después de que comprendas que no hay posibilidad de retirada. Esa violenta perturbación la reviste de fría determinación. Pero yo lo conozco bien, a mi no me engaña.