domingo, 26 de diciembre de 2010

Sin resaca

No olvidaba que a Nando le molestaba mucho que le hicieran esperar, de modo que Alfredo caminó deprisa por unas calles salpicadas de provinciana bisutería navideña. Sin embargo, quien esperaba frente a la puerta del bar era Felipe, fumando tranquilamente uno de sus cigarrillos liados. Se saludaron con un abrazo al tiempo que Nando se les unía. Llevaba una de esas gorras de paño con aire 'retro' y se acercaba con una amplia sonrisa. Ya dentro, eligieron una mesita frente a la ventana. Al rato apareció Juan, lo que provocó una nueva oleada de besos y abrazos, esta vez con la dificultad añadida de un espacio reducido repleto de obstáculos, alguno de ellos animados, como el bromista ebrio que les cedió una cuarta silla. Cuando Juan se interesó por Nando en particular, éste confesó que empezaba ahora a sentir el duelo, cumplido ya medio año de piranesianos trámites burocráticos tras la inesperada muerte de su padre. Después de varias rondas de cerveza y un par de raciones, mientras Nando y Juan elaboraban el habitual y no menos brillante panegírico cinematográfico, Alfredo y Felipe mantuvieron una pequeña conversación; un intercambio de confidencias similar a las que solían producirse cuando no eran más que un par de estudiantes, con la diferencia de que ahora era Alfredo quien se encontraba perdido. Por último llegó Lino, momento a partir del cual comenzó el inevitable recordatorio de anécdotas: botellones furtivos, procaces retratos de chicas del instituto y gamberradas que bien podrían haber sido consideradas actos terroristas. Felipe se refirió a una vez en la que acabó tan mal que tuvieron que apartarle de sus propios despojos, una noche de concierto en la plaza de toros. Durante todos esos años, Alfredo no habia vuelto a pensar en aquel episodio y casi se sorprendió cuando Felipe señaló que fue él, precisamente, el que le subió a su ciclomotor y le llevó a su casa. En cambio, Alfredo guardaba en su memoria otra ocasión en la que Nando, Juan y él, junto con otros amigos, pasaron un extraño fin de semana en un viejo chalé. Recordaba el intenso aguacero que en el momento del regreso embarraba un campo en el que no había otra cosa que pedruscos y culebras. Además, alguno estaba enfadado porque el día anterior hubo discusiones y peleas; otros estaban nerviosos debido a que la furiosa lluvía era incesante. Cada uno parecía ir a lo suyo y la partida se produjo de forma desordenada. No todos tenían moto, ni siquiera para ir de paquete. Entonces Alfredo decidió hacer 3 viajes. Primero llevó a un chico que llamaban Nene, luego volvió a por Juan. Cuando regresó a por Nando, el camino se había convertido en un riachuelo y estaba oscureciendo. Estaban empapados cuando su amigo se apeó cerca de su casa. Al tomar la rampa del garaje y torcer, la moto derrapó y Alfredo quedo tendido boca arriba. Permaneció así, tumbado, un tiempo indeterminado. No sabía por qué exactamente, pero se sentía un idiota. Se quedó mirando las gotas de lluvía que caían sobre su cara. A pesar de que era un proverbial charlatán, núnca contó aquella historia. Y esa noche de reencuentros tampoco lo haría.

A la mañana siguiente, lo primero que llamó la atención de Alfredo es que no tenía resaca. Por la tarde, a pocas horas de la Nochebuena, volvió a ver a Nando. Coincidieron al visitar a la abuela nonagenaria que tenían en común. De nuevo se sorprendió cuando éste le dijo que la noche anterior regresó a casa riéndose, nada más despedirse. Se lo imaginó, con la gorra de paño de su padre, caminando solo, temblando, no de frío sino de risa. Pensó tambien en Felipe, en el buen momento que atravesaba; en Juan, el entusiasta comunicador -cómo le hubiera gustado tenerle de profesor-; en Lino, el único de ellos al que por suerte veía a menudo. Quizá ninguno cayó en la cuenta de que, durante demasiados años, hasta la noche anterior no habían vuelto a estar todos juntos. En cualquier caso -pensaba Alfredo- habían llegado a tiempo para levantarle de un suelo donde las lagrimas se diluían con la lluvia.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Interrogatorio (La Casa Rusia)


"- ¿Qué ocurrió?

- Estuve brillante. Cómo salvar el mundo entre la comida y la cena. Estaba entusiasmado. Creo en la nueva Rusia. Puede que vosotros no, pero yo sí. Hace 20 años, no era más que un sueño. Hoy, es nuestra única esperanza. Creíamos que os llevaríamos a la quiebra con la carrera armamentística. Jugando con el destino de la humanidad.

- Barley, habéis ganado. Paz nuclear durante 40 años.

- Gilipolleces. ¿Qué paz? Pregúntales a los checos, vietnamitas, coreanos y afganos. No. Si queremos que haya paz, debemos traicionar a nuestros países. Hemos de salvarnos los unos a los otros, porque todas las víctimas son iguales. Y nadie es más igual que nadie. Es nuestro deber iniciar la avalancha.

- Muy heroico, Barley.

- Escuchad, hoy en día hay que pensar como un héroe, sólo para comportarse como un ser humano.

- ¿Creía en todas esas patrañas?

- No lo sé. Lo creo cuando lo digo. Pero tenían que estar allí. Estás echando una meada en cualquier apestoso urinario público, y el hombre a tu lado te pregunta sobre Dios, o sobre Kafka, o sobre la libertad frente a la responsabilidad. Así que le respondes. Porque lo sabes. Porque eres occidental. Y cuando aún no te has sacudido, piensas: "Qué país tan maravilloso".

- Por eso les quiero. Y ellos me quieren a mí."



'La Casa Rusia' Fred Schepisi. 1990

Ben-Hur



"Si tan sólo los hombres fueran tan buenos.

Recuerda, Atair. Nueve vueltas alrededor del circo.

Aldebarán...

Oye, Rigel, ¿me oíste? Nueve vidas que vivir. Mi veloz amigo no debes ganar la carrera la primera vuelta. Gánala la última vez. No puedes ganar solo. Espera a los demás.

Mi estable Antares. Como una roca. Serás nuestra ancla.

Pensé que jamás amarían a alguien tanto como a mí.

Me han aceptado en su familia.

Descansen bien, estrellas mías.."




'Ben-Hur' William Wyler. 1959

Escucha este tema de su banda sonora (Miklós Rózsa): Overtura

Con Katya (La Casa Rusia)




"- ¿Qué me está contando?
- Habla del asedio. Los alemanes estaban a cuatro kilómetros al sur de Leningrado.
- Te quiero.
- Aún se ven...los impactos de las ametralladoras en los viejos edificios de las afueras.
- Te quiero. Todos mis fracasos eran preparativos para conocerte.
- La ciudad se negó a aceptar la derrota. Shostakovich seguía componiendo...
- Nunca había sentido nada igual. Es amor desinteresado. Amor adulto. Tú lo sabes.
- Barley, por favor.
- Es maduro, absoluto, emocionante.
- Has embrujado a mi familia. Mis hijos creen que los británicos son como Papá Noel vestido de "tweed."
- Papá Noel no existe. Y nadie es lo que parece. Menos tú.
- No me quites mis derechos. Vete a sentarte. Espero que no estés siendo frívolo. En mi vida sólo hay sitio para la verdad. ¿Qué haces?"

La gata sobre el tejado de zinc


La gata sobre el tejado de Zinc (Richard Brooks. 1958)


"-¡Mira! Esto es lo que me dejó mi padre. ¡Esta maletucha! Dentro sólo estaba su uniforme de la guerra del 98. Fue todo su legado. ¡Nada en absoluto! Yo levanté todo esto de la nada.
¿Es todo lo que te dejó?
-Sí, era un vagabundo. El mendigo más famoso del grupo de los vagones de carga. Trabajaba de peón de vez en cuando. Yo le seguía a todas partes. Me sentaba en la mierda con el culo al aire y esperaba a que viniera. Además del hambre lo primero que recuerdo es la vergüenza. Me daba vergüenza aquel mendigo viejo y miserable. Iba de vagón en vagón con nueve años, algo que nunca tuviste que hacer tú. Y no tendrás que enterrarme como lo tuve que hacer yo. Lo enterré en un prado, junto a las vías del tren. Corríamos para coger un mercancías y su corazón se detuvo. ¿Sabes una cosa? Ese maldito mendigo murió riéndose.
-¿Riéndose de qué?
-De sí mismo, supongo. Un mendigo vagabundo sin un duro en el bolsillo. Sin futuro ni pasado.
-O quizá se riera porque estaba feliz. Feliz de tenerte a su lado. Te llevaba a todas partes y no se separaba de ti.
-No quiero hablar de eso… Sí, lo quería. Creo que nunca he querido a nadie como a ese maldito mendigo.
-¿Y dices que sólo te dejó una maleta con un uniforme de la guerra del 98 dentro?
-Y algunos recuerdos.
-Y amor.
-¿Te he contado todas las historias sobre mi viejo?
-Unas cincuenta veces."




domingo, 12 de diciembre de 2010

La vieja fotografía




La foto, en blanco y negro, muestra a un matrimonio con su hijo delante de un imponente edificio. La madre y el chico posan al más puro estilo de las estampas antiguas: actitud formal y rostro serio. El padre, en cambio, exhibe una sincera sonrisa.
Aquel hombrecillo, alegre y vitalista, pudo ver como su único hijo abría un nuevo camino; un camino inveteradamente vedado para la gente de su clase; la clase de gente que no tiene nada salvo, a lo sumo, las ganas de vivir.

Años más tarde el hijo se casó con una mujer cuyo padre vivía por la gracia de un indulto. Un hombre callado, convertido en escolta de sus nietos; fumando en la banda de un campo de futbol plagado de cardos; al otro lado de las mallas electrosoldadas de una pista de tenis; dentro de un coche blanco que mantuvo siempre limpio.


El turno le llegó a uno de los nietos. Durante los días que siguieron al nacimiento de su primogénito se apoderó de él una especie de miedo inefable. Un miedo que le cerró el estómago y le debilitó las piernas hasta el borde del desmayo. Una congoja que manifestaba en llantos irreprimibles vomitados a escondidas. Las imágenes de sus abuelos se sucedían una y otra vez. Hacía unos quince años que ya no le acompañaban. Desde la ventana del Hospital podía verse el conventual donde de niño recibía clases de dibujo. Ningún coche blanco aguardaba aparcado. Tampoco se atrevió a acudir a su padre. Un padre demasiado humano, tal vez, en comparación con la visión infantil que recordaba. Como en las grandes pinturas, su delgada figura mantenía cierta distancia para que el observador de aquella época pudiera contemplarle pleno de admiración.


Ahora, a pesar de que este otro padre que ya no es primerizo sigue siendo un pusilánime, sus hijos le demuestran que ellos sí son capaces. Y al comprobarlo, el gesto de su cara recuerda a la vieja fotografía en blanco y negro.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Graal


1990. Sanguina sobre papel canson A4.

"Una mañana de primavera, cuando mayor era su desaliento, divisó a lo lejos una triste choza, al lado de una fuente. Parsifal se acerca a ella con paso lento y meditabundo y ve a un anciano venerable encorvado por el peso de la extrema vejez. Una mujer de aspecto humilde y triste parece atender a los menesteres de aquel pobre hogar".
Parsifal. Leyendas del Santo Graal y de Parsifal. Francisco Viñas. 1934

Tenía diecisiete años. La película Excalibur (John Boorman. 1981) y la novela los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros (John Steinbeck. 1976) tuvieron mucho que ver. Desde el limen, búsqueda imposible que atenúa las caídas. Una segunda oportunidad que enmiende lo que de joven no se sabe. Por momentos persecución frenética, a veces perdido, las más al pairo. Afortunado viajero, hasta ahora por un camino salpicado de fabulosos hallazgos de los que no debería ser acreedor; qué lejos la dorada medianía. Veinte años despúes, veterano que ya no recuerda porqué se enroló ¿Preguntas si está quemado después de lo que esos pequeños ojos han visto? Sin embargo, la sangre aún se inflama. Por allí resopla... de modo que, en marcha.



Fantasía (Walt Disney. 1940). Parsifal (Richard Wagner. 1882)

domingo, 28 de noviembre de 2010

Carrera de la vida

-Realmente no me di de alta hasta el año 2000, pero desde finales de 1998 trabajaba en un estudio de arquitectura mientras redactaba el proyecto de fin de carrera.
-Entonces ¿cuándo obtuvo el título de arquitecto?
-En noviembre de 1999.
-Continúe, por favor.
-En enero de 2000 me instalé por libre. Hicimos trabajos de todo tipo: mantuve colaboraciones con el estudio anterior y con otros arquitectos; realicé algunos proyectos para...
-No hace falta que me los recite; he visto el listado. Cuénteme cuándo empezó a trabajar por cuenta ajena.
-Bien. Si efectivamente ha visto el listado habrá comprobado que en junio de 2001 comencé a repartir mi tiempo entre la oficina del ARI de Azuaga y el despacho profesional en Cáceres.
-¿Qué es exactamente eso del ARI?
-Cada municipio que cuente con un conjunto histórico ha de disponer de una oficina de este tipo, de modo que lo relativo a licencias urbanísticas, ayudas a la rehabilitación, etcétera, pasen por la misma. Las siglas significan 'área de rehabilitación integral'. Una vez creada la oficina yo asumí su dirección.
-¿Por qué lo dejó?
-Me gustaba el trabajo pero estaba a 200 kilómetros de mi casa. En septiembre me llamaron de la Dirección General de Urbanismo, en Mérida, y no pude decir que no.
-Pero sólo era una beca ¿no?
-Sí. Era un convenio con el Colegio de Arquitectos. Nos dedicábamos a procesar la documentación de los planes urbanísticos de toda Extremadura. A comienzos del 2002 se disolvió el convenio, pero después de un breve paso por la Entidad de Control de Construcción de Extremadura, continué trabajando para la Dirección General, esta vez como asistencia técnica, hasta que...
-No vaya tan rápido. En esa época obtuvo usted el Certificado de Aptitud Psicopedagógica ¿no?¿para qué sirve?
-Para dar clases de educación secundaria.
-Entiendo..., siga, por favor.
-Desde junio de 2002 hasta abril de 2003, durante dos días a la semana ejercía como arquitecto municipal en Alcuescar. Tuve que dejarlo cuando ocupé una plaza de funcionario interino en la Dirección General de Urbanismo. Mis funciones ahora pasaban a ser las de ponente técnico de la Comisión de Urbanismo y Ordenación Territorial de Extremadura.
-Un momento. Veo que en septiembre de 2004 inició su vinculación con el Máster de Urbanismo.
-Sí, yo ya participaba en los cursos de la Escuela de Administración Pública. En realidad el por entonces director general de urbanismo me pidió que le sustituyese en una ponencia. Aquello fue el principio de muchas otras intervenciones en otros tantos cursos: diputaciones, entidades privadas,... En lo que respecta al máster, ya vamos por la octava edición. Todo ello está en su listado.
-Ya, ya...¿siguiente trabajo?
-En diciembre de 2005 dejé la Junta por la plaza, también interina, de arquitecto municipal de Coria. Sin embargo, muy pronto volvería a cambiar al surgir por fin una oportunidad en mi ciudad. En mayo de 2006 acepté el puesto de gerente del Colegio de Arquitectos en la unidad administrativa de Cáceres. En 2007 comenzamos también con la redacción de planes urbanísticos municipales.
-¿Cuántos ha elaborado?
-Llevamos una docena.
-En junio de 2009 tenemos un nuevo cambio ¿no es así?
-En el Colegio se avecinaban medidas traumáticas relacionadas con la crisis económica. Había una vacante en el Ayuntamiento de Cáceres. Yo estaba en una bolsa de empleo que se formó tras la última oposición. Me destinaron a la Oficina del Programa Especial de Vivienda. Esa es todavía mi actual ocupación.
-Pero ha pasado un año y medio ¿Qué es lo próximo?

domingo, 21 de noviembre de 2010

Entusiasmo

Resulta que ese sentimiento lo identificaban con el furor de las sibilas durante sus oráculos. Es posible, por tanto, que el entusiasmo proceda de una lógica borrosa o difusa. Quizá sólo los niños puedan conservarlo a salvo de las amenazas, los miedos y las dificultades. Al margen de espíritus proféticos y en medio de este ambiente hostil, tal vez el problema consista en no encontrar la causa hacia la que dirigir esa inspiración divina. De lo que no hay duda es que quien lo posee, en lugar de limitarse a sobrevivir, vive.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Antes de ayer

Por la mañana temprano, antes de acudir a la cita pasas por tu oficina. Recoges algo y dejas un mensaje sin destinatario posible. Al salir a la calle, la casualidad te vuelve a proporcionar una nueva y redundante dosis de escalofríos. Después de un breve trayecto en coche llegas al sitio. Acompañado de una suerte de personajes dispares, recorres un edificio recién construido. Otro mensaje, recibido en tu teléfono, te informa de que uno de los presentes ya no debería continuar allí. Prosigues la visita como si nada, aunque no puedes evitar observar furtivamente a la aludida. Acaba de tirar tus papeles al suelo y parece nerviosa. Subís a la cubierta por una escalera escamoteable. Allí arriba, le insistes en que no es necesario comprobar algunas cuestiones. En apenas dos horas la inspección ha terminado. Regresas al despacho vacío. Hacia el final de la mañana los vecinos habituales han vuelto. Te despides torpemente y sales a comer. Pasas por casa y añades una corbata a tu vestuario. Conduces algo menos de una hora, luchando contra el sueño. A pocos metros de tu destino casi sufres un accidente. Culpas al desvío provisional que te ha hecho atravesar un anodino barrio de ensanche. Una vez en el recinto, te cruzas con los alumnos de la edición que acaba de comenzar. Charlas unos instantes con unos cuantos conocidos; sin embargo, esa tarde es tu última intervención en el máster que finalizará al día siguiente. Pese a las alturas del curso, las cinco horas de ponencia acaban con una especie de debate retórico que tú no recuerdas haber podido suscitar en ninguna de las seis ediciones anteriores. Al despedirte de la joven coordinadora en funciones preguntas si tiene algo para tí y, con cara de no entender, responde que no. Luego, otra vez la carretera ahora envuelta en una noche que presagia lluvia.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Una parada imprevista (Michael Clayton)




Las tribulaciones dan vueltas y más vueltas en la cabeza como la colada en una lavadora. Los días se suceden en una inexorable espiral hacia el colapso. Esa vertiginosa rutina acaba con la noción del tiempo y los residuos del pasado se entremezclan con los acontecimientos presentes, mientras una luz en el salpicadero parpadea alertando del futuro. Conduce un hombre que ya no recuerda cuándo cayó a medio camino entre la voluntad y los sueños, en el tramo mal señalizado del fracaso. Un estado de crónico cansancio gobierna cada acción destinada a recorrer una ruta a la que no presta atención, pues ésta forcejea por ordenar ideas y descifrar la causa de la ácida sensación en sus entrañas. De repente, algo de todo aquello que le asalta a cada instante le hace pisar el freno y detenerse. Hasta ese momento no había reparado en que ha amanecido. Pese a la niebla del alba, a través de la ventanilla puede ver tres caballos en lo alto de un prado sólo poblado por unos pocos arboles deshojados. Sin parar el motor baja del coche, derecho hacia el sereno grupo que permanece no muy lejos. Días atrás su hijo le habló con entusiasmo del libro que estaba leyendo. El mismo, de tapas rojas, que inspiró al amigo que ha perdido. Era una de esas historias fantásticas sobre reinos imaginarios y heróes conquistadores. La ilustración que vió, al retirar el libro de los brazos del niño dormido, está ahora delante de él. Los caballos del dibujo resoplan y parecen observarle con extrañeza. Temiendo asustarles se acerca lentamente hacia ellos. Tienen un aire majestuoso que le hace sentir insignificante; sin embargo, al estar junto a esos seres de un mundo que ya no existe, comienza a experimentar una especie de paz narcótica. El frío que se le ha echado encima contrasta con el cálido vaho en el hocico que casi llega a acariciar, justo antes de que los caballos se alejen espantados por una llameante explosión que convierte su automóvil en una hoguera sin condenado al que quemar.

domingo, 31 de octubre de 2010

Acrópolis



Aguada a sanguina. 1993.


Antes de la Alhambra (trabajo que puede verse en las entradas de agosto de  2010 en este blog) el profesor de 'Análisis de Formas' quiso que hiciéramos un trabajo de prueba. Nos repartió una serie de fotografías y fotocopias, entre las cuales se encontraba una vieja imagen en blanco y negro y sin pie de foto. Reproduje como pude aquel paisaje; de hecho nunca supe si eso que se aprecia entre las peñas, en primer plano, eran ovejas, simples piedras o matorrales. Lo que sí se distinguía claramente era la colina amurallada que está culminada por un suntuoso templo helénico.
Tuvieron que pasar más de 5 años para darme cuenta de que aquello que dibujé era la acrópolis de Atenas. El sonrojante descubrimiento se produjo durante el viaje de fin de carrera, al enfilar el acceso al famoso enclave, ascendiendo por el camino que se adivina en la pintura.
La ciudad, inmensa y caótica, se extiende ahora alrededor de la acrópolis como un desordenado manto de bloques grisáceos que se pierden en un horizonte saturado de contemporáneo vaho urbano. Sin embargo, aún hoy uno siempre puede ponerse de puntillas y alzar la vista por encima de la marea humana. Allá arriba, como las dos puntas de un compás manejado por alguna caprichosa deidad pagana, a buen seguro que reconoceremos de un lado el referido promontorio coronado por el Partenón, y de otro, la cumbre del Monte Licabeto (la colina del fondo en la aguada). Desde éste último, tal vez algún día, si la contaminación se disolviese al menos por unos instantes, pueda volver a divisarse el Golfo Sarónico y allí, las islas de Salamina y Egina.

sábado, 23 de octubre de 2010

La línea de imposta


A los nómadas (…) les gusta recoger sus recuerdos para ponerlos a salvo de las represalias.
Crónica del Alba. Ramón J. Sender

El mensaje que acabo de leer hace que escriba lo siguiente. En la dudosa tarea de relatar pequeñas historias han desfilado durante el último año diversos personajes que, con mayor o menor grado de ‘hiperrealismo,’ provienen de los rescoldos de una memoria poco fiable. Dicha labor ha estado a menudo amenazada por el miedo a mostrar aquello que pudiera de algún modo deslucir la imagen inevitablemente mítica que de ellos se proyecta en la caverna que aloja mi mala cabeza.
Desde el principio pensé en la posibilidad de pintar alguna de las escenas compartidas con el señor Jesús, pero algo relacionado con lo anterior lo impidió. Ahora, la noticia recibida me sentencia a dar este paso ya que antes incurrí en las faltas que él mismo señaló de mi predecesor. En el mismo momento en que lo conocí mostró su decepción por el hecho de que la persona a la que yo venía a relevar no se hubiera despedido de él. Era mi primer día de trabajo como arquitecto municipal de aquel pueblo en el centro de esta región apartada. Desde entonces, los encuentros entre ambos se fueron sucediendo cada semana, con una agradable cotidianeidad que ya nunca volví a encontrar en ninguno de los lugares por los que seguiría deambulando.
Su despacho de juez de paz estaba junto al que yo ocupaba, al fondo de un pasillo umbrío. Con aspecto de estar siempre atareado en todo tipo de empresas, solía aparecer hacia el final de la mañana, como buscando un momentáneo respiro; entraba sin llamar, saludando jovialmente. Andaba con una ligera inclinación hacia delante, subrayada por la corcova de su espalda. A pesar de los años que aparentaba, la picaresca expresión de sus pequeños y redondos ojos, junto con la prominente nariz y unas generosas mejillas rosadas, contrarrestaban cualquier sospecha de languidez. Viendo la forma que tenía de conducirse, las únicas afecciones que podrían achacársele oscilarían entre la logorrea y una cierta hiperactividad. Muchas veces se sentaba delante de mi mesa cuando yo andaba enfrascado en algún informe. Consciente de que en ocasiones yo no atendía a lo que decía, él me exoneraba de culpa y continuaba un monólogo que necesariamente había de ser emitido aun sin receptor. Tampoco faltaron mis visitas a su despacho, que hacía las veces de archivo local del registro civil, aunque más bien ofrecía el aspecto de una olvidada biblioteca solariega. Los polvorientos legajos de una estantería de mecano custodiaban un preciado incunable compuesto por una botella de pitarra, un trozo de patatera, otro de pan, y un par de chatos de plástico enmohecido. De todo ello dábamos cuenta mientras resolvíamos los misterios de la vida, con la ayuda de las Sagradas Escrituras y de las enseñanzas del sindicalismo obrero de las que hacía gala al unísono. Pero no era ésta una actividad estrictamente clandestina sino que tales conversaciones asimétricas solíamos también mantenerlas en la barra del bar de la plaza o mientras recorríamos las accidentadas calles que rodeaban el ayuntamiento.
Un día me llevó a su casa; un viejo inmueble de buena traza y un par de plantas de altura, en la zona más antigua del casco urbano. Allí conocí a su mujer; a diferencia de él, hablaba muy poco, lo que en absoluto me hizo sentir incómodo. Tenía una sonrisa que recordaba a la de las chiquillas que juegan en el parque. Según me contó el señor Jesús, ella apenas podía salir fuera por culpa de sus maltrechas piernas.
Otro día, poco antes de marcharme definitivamente, pude aceptar por fin su invitación de acompañarle a la famosa basílica visigótica de la que él era el orgulloso custodio. Estaba a pocos kilómetros siguiendo el camino de la fuente. Es curioso pero, en medio de suaves colinas repletas de encinas hasta el horizonte, recuerdo sobre todo el silencio; un placentero silencio sólo interrumpido con las indicaciones indispensables de ese magnífico cicerone. Una vez dentro del monumento, casi en un susurro, reclamaba mi atención para que me fijara en los detalles de la restaurada construcción. Desprovisto de toda pompa erudita pero cargado de emocionado entusiasmo, posaba una mano sobre mi hombro mientras la otra señalaba aquí y allá diversos aspectos que él consideraba interesantes. Tanto la mampostería de los muros como la sillería de los refuerzos carecían de revestimiento u ornamento alguno. Bastaba la luz envuelta en esos volúmenes para notar la gravedad de la arquitectura. Sin embargo, el señor Jesús reparaba en la línea de imposta desde la que bóvedas y arcos configuraban su particular universo curvo. Estaba realizada con una sucesión continua de alargadas piezas de mármol blanco que destacaba en el conjunto. Rodeada de tosca piedra y argamasa, su pulida y brillante superficie parecía deslumbrarle.
Hace un par de semanas tuve el impulso de escribir un relato sobre él, pero esa especie de pudor del que hablé al principio me asaltó de nuevo. Pregunté por él y supe que estaba enfermo. Me costó imaginarle postrado en su casa como contaron. Descarté la idea aunque, tal vez como si de un inconsciente intento de acercamiento se tratase, escribí otra historia que sucedía en su pueblo. La noticia que acaba de llegar tiene, en mi caso, un final en aquella resplandeciente línea de imposta; más allá no sé nada.

sábado, 16 de octubre de 2010

Nadie en la Casa del Aire




Aunque la puerta siempre estaba abierta, llamó antes de entrar. Era un anciano muy delgado y de baja estatura. Vestía traje y corbata, algo insólito en aquel pequeño pueblo salvo cuando venía el notario. Hechas las presentaciones y una vez acomodado en la silla, pasó a exponerme el motivo de su visita. Sus exquisitos modales se acompañaban de un tono susurrante en la voz y el gesto de risueña nostalgia de unos ojos que constituían el único detalle de viveza en su rostro devastado. Según explicó, acababa de comprar una casa junto a la plaza mayor. Por sus indicaciones, supe a cuál se refería. Se trataba de uno de los pocos ejemplos de arquitectura burguesa de principios del XX que a duras penas lograba mantenerse en pie, pese a estar deshabitado. Su ornamentada fachada podía apreciarse desde la ventana del despacho en el que estábamos. En ella se distinguía una inscripción conmemorativa que incluía lo que debía ser el nombre con el que se bautizó a la construcción: ‘Domus Aeri’ (la Casa del Aire). Yendo más allá de lo necesario, tal y como suele ocurrirles a las personas de avanzada edad, me explicó que él no era de la localidad pero sí de la zona, y que, siendo muy joven, tuvo que marcharse lejos, perdiendo todo contacto con los suyos. Con emocionado orgullo paterno me habló de sus dos hijos. El varón, director de una conocida editorial; ella, alto cargo en un banco y abnegada madre de tres angelitos. En esta parte del relato volvió al tema de la casa, comentando que recientemente, estando de viaje, paró aquí a descansar y al ver la singular construcción se encariñó de ella. Sin embargo, dado su ruinoso estado, comprendió que debía abordar una importante obra de rehabilitación para que aquello volviese a parecerse a una vivienda; lo que por fin nos condujo al objeto de la consulta, preguntándome el forastero por los requisitos administrativos, subvenciones, etcétera. El tímido tono jovial le abandonó repentinamente cuando le indiqué que necesitábamos su documento de identidad, escrituras, datos de renta,… Dijo que tenía todas sus cosas en un guardamuebles, dentro de cajas sin etiquetar y que le resultaría muy complicado encontrar aquellos papeles. A continuación, me tendió la mano y se despidió agradecido, remitiéndose a un nuevo encuentro una vez pusiese en orden sus asuntos.
La siguiente vez que supe de él fue un par de semanas después. Llegaba con mi coche a la plaza; aún no había salido el sol y la niebla estaba teñida por las señales luminosas de un vehículo de la Guardia Civil que permanecía estacionado junto con otro de la funeraria, a las puertas del ayuntamiento. Encontraron el cadáver dentro de la Casa del Aire. Días después, las pesquisas no acertaron a manejar otra hipótesis que la de un accidente; caída libre desde una de las plantas superiores derruidas parcialmente. Transcurrieron los meses, contactando con todo tipo de entidades del país que pudieran catalogarse como editoriales o crediticias, pero aún no se había establecido la identidad de aquel hombre. Por el contrario, resultó que uno de esos bancos ostentaba la propiedad de la casa desde hacía mucho tiempo; tanto que no conservaban los datos de su adquisición. La única oferta de compra que recordaban haber recibido se remontaba a unos diez años atrás. La formuló la anterior corporación municipal y fue desestimada por que el precio propuesto por ésta era “excesivamente simbólico” según afirmaba el ahora alcalde, quien tenía una particular propensión a demostrar que era un hombre cultivado.
Finalmente, archivada la vía judicial y después de una penosa y prolongada pelea entre el hospital provincial y el consistorio, el viejo cementerio acogió una sepultura sin nombre pero con fecha. Es muy probable que sólo una mente morbosa repare en el hecho de que el día y el mes que figuran en la lápida coinciden con los correspondientes a la inscripción grabada en la cornisa de ese edificio que puede verse desde mi ventana y que jamás llegó a ser de nadie.

domingo, 10 de octubre de 2010

Distraído



Bolígrafos de colores sobre pósit.

Y así las divagaciones a las que se abandonaba durante las clases dejaban su rastro delator, ya fuera emborronando los libros de texto, los cuadernos... o dejando que el bolígrafo compusiese una tímida sucesión de débiles trazos que no perseguían ningún objetivo determinado.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El puente sobre el río Kwai











“He estado pensando. Mañana cumpliré 28 años de servicio activo. 28 años de paz y de guerra. Y no he pasado en casa más de 10 meses. Pero ha sido una vida agradable. Me encanta la India. No querría otro tipo de vida. Pero a veces... De pronto te ves más cerca del final que del principio. Y al reflexionar... uno se pregunta... qué representa su existencia... si ejerce influencia sobre esto o aquello... o si existe dicha influencia. Sobre todo comparado con la vida de otros hombres.
Ignoro si estas reflexiones son deprimentes... pero debo admitir que se me ocurren cosas así... de vez en cuando.
Pero esta noche... Esta noche... ¡Vaya! Debo marcharme". Coronel Nicholson.














sábado, 18 de septiembre de 2010

Pájaros en la tormenta

Era algo característico al final de las prolongadas noches de juerga. De regreso a casa, el ruido y el gentío dejaban paso a las calles desiertas y silenciosas. Como un anuncio del amanecer inminente, al llegar a Virgen de Guadalupe, la fantasmagórica quietud en la que se iba sumiendo la ciudad era sustituida por el formidable sonido de los pájaros que poblaban las copas de los árboles. Permanecían entre las ramas, sin volar, piando incesantemente, con una excitación mayor que la del público más clamoroso y entusiasta. Entonces, uno recorría aquella larga avenida recuperando algo de las energías perdidas. Hace tiempo que atravesé la línea de sombra, y ahora camino por esa misma calle, casi a la misma hora, para ir al trabajo. Ayer, después de una noche de tormenta y granizo como jamás había visto, los pájaros ya no celebraban el comienzo del día, sino que, junto a los restos de arboles en los que antes se cobijaban, cubrían el suelo con sus pequeños cuerpos acribillados. Espero que el lunes, cuando vuelva por allí, la realidad me convenza de que sólo ha sido una mala noche.

viernes, 17 de septiembre de 2010

'La mejor juventud' (2003) Marco Tulio Giordana








-Vd. se merecería un nueve. Le doy un diez aplicando lo que yo llamo ''el cociente de simpatía''. Poca cosa, pero suficiente para llegar al diez. Hay quien desaprueba mi cociente de simpatía, pero creo que la simpatía, en el sentido del término ''sympasin'', es decir, compartir el ''pathos'', el sufrimiento ajeno, es importante para un médico. A otros les aplico el cociente de antipatía, es decir, resto dos o tres puntos. La antipatía es lo peor para un médico. (…) Vd. promete, le decía, y probablemente me equivoque. Pero le daré un consejo. -¿Tiene Vd. ambiciones?

-Pues...

Pues márchese de Italia. Váyase mientras esté a tiempo. ¿Quiere ser cirujano?

-No sé, aún no lo he decidido.

-Decida lo que decida, váyase a estudiar a Londres, a París, a América si puede. Pero salga de aquí. Italia es un país a destruir. Un lugar bello e inútil, destinado a la muerte.

-¿Es que dentro de poco habrá un Apocalipsis?

-Ojalá, al menos nos veríamos obligados a reconstruir. Pero aquí todo sigue igual, en manos de los dinosaurios. Hágame caso, váyase.

-¿Y Vd. por qué se queda, profesor?

-¿Cómo que por qué? Yo soy uno de los dinosaurios a destruir.


http://www.youtube.com/watch?v=F6sWC1VmJkY

lunes, 13 de septiembre de 2010

Como un pulgón (León Felipe)

Yo no puedo tener un verso dulce
que anestesie el llanto de los niños
y mueva suavemente las hamacas como una brisa esclava.
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.
Además… esa tempestad ¿quién la detiene?

¡Eh, tú, varón confiado que dormitas! ¡Levántate, recoge
tus zapatos y prosigue!…
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.

Hacia las cumbres trepan los dioses extenuados buscando un resplandor.
Y aquí voy yo con ellos,
entre el sudor y el polvo de sus inmensos pies descalzos,
aquí voy yo con ellos, atropellado y sacudido, pero
agarrándome a sus plantas como las pinzas de un insecto,
clavándome en su carne,
hundiéndome en su sangre
como un pulgón,
como una nigua… maldiciendo, blasfemando…
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie;
ni a los niños
ni a los hombres ni a los dioses.

Escucha este poema declamado por su autor


sábado, 11 de septiembre de 2010

Una ola de prosperidad se apodera del mundo

Una nueva pandemia provoca reacciones hasta ahora inhábiles, en el cerebro humano, despertando intensos sentimientos de empatía, generosidad y amor al prójimo. Las consecuencias más inmediatas se han dejado notar tanto en los mercados como en la política exterior. Gobiernos, inversores y grandes corporaciones de todo el mundo han concertado sus acciones y recursos con el objeto de auxiliar a las regiones más desafavorecidas. En pocos meses, el colosal despliegue de medios ha conseguido que se pueda afirmar hoy que no hay nadie, en ningún lugar, que no tenga a mano comida y asistencia sanitaria. Paralelamente, se han puesto en marcha planes de inversión encaminados a la creación de un tejido productivo y de servicios que permita el pleno empleo y el sostenimiento de las dotaciones y suministros básicos.

La investigación sobre las causas de la pandemia, cuyo contagio se produce por la respiración, apunta a la presencia atmosférica de partículas en suspensión originadas en la sobrecalentada capa de ozono. Incluso se baraja la hipótesis de que tal sustancia ha sido creada, y posteriormente puesta en circulación, por miembros de una organización secreta internacional, un grupo no gubernamental filantrópico que disponía de cédulas durmientes de 'buenas personas' (así, se les denomina).

lunes, 6 de septiembre de 2010

El autoestopista

Otra de las ilustraciones de 'La Carcoma', bajo el mismo seudónimo.




















Este tema de Trump'n'bass puede servir de acompañamiento: http://open.spotify.com/track/5hQ5H05iZSIax8jfgZs4Ec

Siza

Paseo en Cáceres por un silencioso Palacio de Camarena, sede fundacional de los arquitectos extremeños. Cruzando el atrio, observo las sillas vacías del salón de actos que hace poco no bastaron para acoger al público más numeroso que se recuerda allí.

La razón no fue otra que la presencia del portugués Álvaro Siza. Ese día presentaba una serie de proyectos recientes ubicados en distintas partes del mundo, destacando entre ellos la propuesta de un extenso desarrollo residencial al sureste de la capital cacereña, que aprovechando los terrenos de una cantera culminaba con un gran auditorio al aire libre.

Quince años atrás, coincidiendo con el inicio de mis estudios en la universidad, él recibía el premio Pritzker (algo así como el equivalente al Nobel en arquitectura). Durante toda la carrera, Siza fue una de las principales referencias. Ejerciendo ya la profesión, un documental emitido por “la 2” titulado “el elogio de la luz” me enseñó otros aspectos de su biografía: entre recuerdos evocados, aparecía el bello rostro de su mujer fallecida hacía tiempo, mientras la cámara se deslizaba por un estudio amplio pero poco poblado, con algunas de esas maquetas que según contaban realizaba su hija. Más tarde –demasiado- visité algunas de sus obras: en Santiago de Compostela, Oporto, Leça da Palmeira, etc.

A aquella conferencia le siguió un vino de honor que se prolongó hasta tarde. Diluida la escolta de autoridades, Siza era continuamente abordado por la gente, entre saludos y muestras de efusividad. Así aguantó hasta el final, discretamente y por no molestar, tal y como contó el escritor Manuel Vicent. Antes de irse, al menos pude estrecharle la mano, exhalando algo parecido a un agradecimiento.

No he vuelto a saber nada de aquel proyecto de la cantera, pero imagino que Siza permanece en su estudio de Oporto, inclinando sus 76 años de vida sobre un papel “diapost”, un lápiz blando en una mano, un cigarrillo a punto de consumirse en la otra, mientras a su lado un joven de ojos muy abiertos toma nota.

Stefan






Individuos estrafalarios abordan a los turistas en las puertas de la Acrópolis, ofreciéndose en varios idiomas como guías en su visita. Trata de sortearlos un alegre grupo de estudiantes españoles al que acosa, en particular, una mujer gorda y sudorosa, de largos cabellos y sombrero de paja, escoltada por una gavilla de gatos callejeros. Al llegar a Los Propileos, alguien la aparta con un simple toque en el hombro y se coloca frente al grupo con los brazos abiertos, mostrando una sonrisa amplia. El anciano, de acartonada piel morena, viste una chaqueta gastada de tweed, bajo la que asoma una camisa de color indefinible, abierta hasta el abdomen. En el pecho lleva una tarjeta de identificación con el nombre de Stefan. A modo de diadema, unas dobladas gafas de policía californiano coronan su cabeza blanca. En un aceptable castellano, despliega toda su simpatía y advierte con énfasis que es el único conocedor de los secretos de la famosa ciudadela ateniense. Tarda sólo unos segundos en convencer a los estudiantes y en fijar un precio. A continuación, los lleva dentro del recinto, sin prisa y deteniéndose cada pocos pasos; señala con el índice aquí y allá, contando la historia como el que reconstruye los hechos de un crimen.

Es temporada baja y el gobierno griego aprovecha para rehabilitar sus monumentos. Todo está andamiado; se oye el ruido de las obras y las maquinas no cesan de taladrar, perforar, levantar,… Stefan se acerca tanto a sus rendidos seguidores que les hace llegar el aroma de esa especie de anís que llaman Ouzo. Su mirada, cubierta de homogéneo velo gris, persigue sin disimulo los ojos de las chicas. Ordena silencio y obliga a todos a agacharse, haciendo que contemplen las filigranas de una vieja basa que ya no sostiene ninguna columna. Por encima del fragor, se eleva la letanía de este guía homérico: —¡Fijaos…! —dice. —¡Hace más de dos mil quinientos años…y sin Black&Decker!.

Las brumas del Tajo

Aun no ha amanecido cuando el coche alcanza las primeras curvas de la nacional, a su paso por el embalse. En un instante, el espacio infinito de horizontes en penumbra se comprime hasta los límites del cristal. La niebla acaba con las formas, como un avión al tomar altura en dirección a la nada. Es entonces cuando el conductor apaga la radio, cortando así el último hilo que conecta con el exterior tangible. Acompaña al silencio tan sólo un tímido y constante ruido, mezcla de combustión, rozamiento y aire. Sin embargo, a lo largo de aquel túnel sin extremos, las brumas del Tajo traen su propio repertorio de sonidos e imágenes. Ahora, a la luz resplandeciente de un día soleado, el antes conductor es un niño que ocupa el asiento del copiloto. Introduce la única casete que hay siempre en el coche, reproduciendo las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi. Un señor mayor va al volante. Viste elegantemente pero sin ostentación. Su aspecto es tan pulcro como el del automóvil. La armonía sería perfecta sino fuera por un detalle que llama la atención del chico. Entre su abuelo y él hay un agujero; una quemadura de cigarrillo en la tapicería que parece no tener fondo. La yema de su dedo índice acaricia los bordes, sin atreverse a ir más allá. Vetas de ceniza brillan en su interior, como los restos de una vieja y olvidada historia que, al encontrarse mutilada, ya no puede contarse. En un momento del viaje, el niño por fin se decide y al acercarse a mirar dentro, se lo llevan las sombras.

Moby Dick. Más transcripciones

· "Existen ciertas ocasiones raras en este extraño y complejo asunto que llamamos vida en que el hombre toma el universo entero por una broma pesada e inmensa, aunque a duras penas logre verle la gracia y esté casi seguro de que la broma no es a costa de nadie más que de él mismo".

· "--Escuchame, y por lo bajo. Todos los objetos visibles no son sino máscaras de cartón, muchacho: pero en cualquier acontecimiento, en el acto vivo, en el hecho indudable... en ellos algo desconocido pero racional se muestra con sus propios rasgos detrás de la máscara irracional (...) Para mí, la ballena es esa muralla que me rodea. A veces pienso que nada hay detrás de ella. Pero ya basta, me hostiga, me aplasta; veo en ella una fuerza insultante, fortalecida por una malicia inescrutable. Y esta cosa inescrutable es lo que más odio; y tanto si la ballena blanca es el principal o un mero agente, sobre ella descargaré mi odio".

· "Por lo tanto, el espíritu atormentado que salía llameando por aquellos ojos cuando Ahab surgía corriendo de su camarote no era sino algo vacío, un ser sonámbulo e informe, un rayo de luz viva, por supuesto, pero sin objeto que colorear y, por ende, un verdadero vacío en sí. ¡Que Dios te proteja, viejo! Tus pensamientos han engendrado una criatura en ti; su intensidad te ha convertido en un Prometeo. Un buitre te roerá eternamente el corazón, un buitre que no es más que el ser que tú engendraste".

domingo, 22 de agosto de 2010

A Julipi

"En tales momentos, bajo un sol velado, flotando todo el día sobre las suaves olas del mar, sentado en el banco de su lancha, ligera como una piragua de abedul, y entablando una amigable relación social con las mismas olas, las cuales, al igual que los gatos ante el fuego del hogar, ronronean junto a la borda; en tales momentos, digo, es cuando reina una quietud de ensueño, cuando, contemplando la belleza serena y el brillo de la piel del océano, uno se olvida del corazón de tigre que late bajo la superficie y no siente deseos de recordar que sus garras de terciopelo ocultan crueles pezuñas".
Moby Dick. Cap. CXIV

sábado, 14 de agosto de 2010

Breves impresiones monomaníacas



Publicado en 'Sombras Recobradas'

Exordio
El siguiente texto es resultado – casi espontáneo – de la invitación a colaborar en la revista Sombras Recobradas. Quien suscribe no es más que un vulgar diletante del Cine que se ha colado en esta erudita publicación para verter algo de lo que ese elemento clave de la cultura reciente supone en las vidas de ciertos personajes que habitan lo cotidiano. Lejos de la originalidad, puede comprobarse cómo cada escena descrita a continuación proviene de una ficción ya contada. De la azarosa unión de minúsculos pedazos de celuloide surge una suerte de triangular crónica inventada. Por ello – y una vez descartado el mejor destino posible para este material: la papelera – se me antoja acertado que la editora haya decidido incluirlo en la sección “Juego de Sombras”, ya que literalmente no es más que eso (naturalmente la sección es, en cambio, mucho más). Por último, algo del título también se lo debo, y agradezco, a la responsable aludida.
I
Sientes el frío del cristal cuando apoyas la cara en la ventana del autobús; el mundo pasa de largo; el sol deslumbra; sus ráfagas cortas pugnan con sombras proyectadas por volúmenes invisibles. Ya en la calle, vulnerable y expuesto, caminas hacia ninguna parte. Como un acto reflejo, cuando tu mirada se cruza con la del otro, la bajas al suelo de los irredentos. Esa actitud delatora acentúa tu condición de sospechoso y piensas que te están siguiendo. Los hombres de gris, los señores ocultos, tal vez antiguos hermanos de sangre…Tratas de hacer lo que te enseñaron, pero aquí fuera todo es más difícil. Te paras y miras atrás. Un cóndor pasa por encima, alcanzando la línea del horizonte ahora sólo interrumpida por el negro contorno de una acacia solitaria. Un ciervo irrumpe de pronto en mitad de la calzada y alguien, que lleva una gorra de tu equipo, te salva de un atropello inevitable. Mientras nada de eso sucede y la última visión fugaz de unos ojos abrasadores se funde en blanco, continúa susurrando desde tus entrañas la persistente banda sonora donde percuten latidos de un corazón roto.
Sin saber cómo, llegas donde te esperan. Las voces de las viejas películas logran que cierres los ojos, acurrucado en el sofá.
Un buen día todo lo que está alrededor se desvanece, salvo la pantalla.
II
Después de uno de esos exámenes de cuatro o cinco horas, la mañana de un sábado cualquiera, sueles ir a tomarte otras tantas cervezas y acabar sólo en una sesión vespertina de cine. Nunca antes habías estado en aquella sala grande e inclinada. Los cómodos y espaciosos asientos, para lamento de Hitchcock, se encuentran en su mayoría vacíos. La película se titula “al caer el sol”. Como en otras ocasiones, al final de la proyección permaneces inmóvil, hipnotizado por el lento desfile de los créditos al son, ahora, de Elmer Bernstein. De repente, el universo negro en frente, constelado por letras blancas, es atravesado por un haz de luz que obliga a cerrar los ojos. Tardas en comprender que se trata de la puerta de salida, y que has de levantarte y volver al mundo. Agradeces que aún sea de día. Despacio y por separado, los pocos que compartíais soledad, abandonáis aquella mole de brillante aplacado. Al incorporarte a la calle, tal vez porque el sol está bajo o bien tratando de protegerte de la gente, te calas la gorra hasta las cejas. Pese a todo, al momento de cruzar por un paso de peatones, alguien que viene de frente se te echa súbitamente encima. Instintivamente le interceptas con una especie de abrazo. Él levanta la cabeza y, después de lanzarte una mirada casi de reojo, se separa de ti y continúa su camino. Al poco de reiniciar el tuyo, te detienes. Ahora eres un niño y es el desconocido el que te lleva en brazos, alejándote de unas llamas que acaban con tu pasado.
III
Distingues su peculiar gorra de entre la marea de cabezas flotantes. Es la misma que llevaba dos años atrás, cuando te lo presentó el dueño de la Academia; la misma que hacía un año sujetaba con ambas manos en el umbral de la puerta de tu despacho, como siempre que se despedía de ti, sin que en ese momento supieras que ese día también lo había hecho del trabajo, y que ya no volverías a verlo… hasta hoy. Dudas si ir a su encuentro y permaneces absurdamente parada en medio de una lluvia de asteroides. Ignoras que aunque él pudiera verte en ese instante, hace tiempo que descartó la posibilidad como verosímil, pues cierta Idea de ti permanece en sus entrañas como una memoria artificial inoculada con el propósito de objetivar lo inexplicable. Tampoco oirás las palabras que se estrellaron una y otra vez en el interior del que brevemente compartió un trecho de tu camino y se perdió en el suyo. No sabes que en El Chiado, un apartamento vacío pero recién pintado aguarda inútilmente tu llegada. Desde allí se ven llegar los barcos. Nadie te dirá que fuiste un reflejo punzante sobre la cubierta de un ballenero que jamás alcanzará los mares del sur. Nunca sabrás que surgiste de un resplandor que grabó a fuego el vértigo de un abismo inefable, donde sólo se intuyen lejanos cánticos de gitanos que atraviesan una estepa nebulosa, desde un tiempo que no volverá.
El ligero movimiento de una ventana desvía irreversiblemente los rayos de luz y todo vuelve a la nada. Cuando al fin la vista retorna a tus ojos ya sólo encuentra lo que no fue, moviéndose impasible a 24 fotogramas por segundo.
Junio 2010.

jueves, 12 de agosto de 2010

Alhambra


Aguada a sanguina, resultado de un ejercicio de la asignatura de 'Análisis de Formas' de la carrera de Arquitectura, durante el curso 1993/94 en Sevilla. Esta imagen se incluye en el libro 'Alhambra. Imágenes de ciudad y paisaje', editado por la fundación 'El Legado Andalusí'.

Aquel lugar se constituyó en el motivo principal del curso. Tuve que vérmelas particularmente con la Puerta de la Justicia, la Calle Real y el Cuarto Dorado. En esta última dependencia nazarí hubo que reproducir hasta las yeserías. Desgranando directrices geométricas, aprendiendo a escribir - más bien dibujar - 'Alá es grande', sentado en la galería de ese pequeño patio y ajeno al desfile de turistas, cometí el acto de soberbia juvenil de creer saber cuál era el estado de ánimo de aquellos sofisticados moradores, últimos representantes de una civilización abatida.



jueves, 5 de agosto de 2010

Un verano anterior a la guerra

























No he vuelto a ver una costa como la del Adriático. En Dubrovnik nos alojamos en un hotel vetusto pero aún elegante, en las afueras, a media ladera de una colina repleta de cipreses que llegaban hasta la orilla transparente de un mar azul turquesa. No había playa exactamente, sino una especie de ensenada rocosa a la que se accedía por un muelle de hormigón. Esa noche salimos a escondidas por la ventana de la habitación, lo cual no tenía mucho mérito por que estaba en planta baja, dando a un jardín. Después de un buen baño en la cala, entre susurros y risas, aprendí a tragarme el humo del tabaco. Sentados en el muelle, lo único que podía verse en aquel momento era el reflejo de la luna en el agua y las brasas ardientes de un par de cigarrillos.

martes, 3 de agosto de 2010

El mendigo Menipo


Grafito con motivo del número cero - primero y último hasta la fecha - de una 'revista' de viejos amigos llamada 'Carcoma' a finales de los '80 ó a principios de los '90 (así está mi impostada memoria; sólo recuerdo que eran tiempos donde acabábamos el instituto y empezábamos la universidad). El dibujo, inspirado por una obra de Velazquez, lo firmé con un seudónimo que toma el nombre de un personaje de 'La Casa Rusia' de John Le Carré.

Una declaración de intenciones casi olvidada


miércoles, 14 de julio de 2010

El imperio del sol

Quizás recuerdes cuando tenías once años. Si es así, tal vez reconozcas que entonces tu mirada aún revoloteaba libre de los prejuicios de ahora. Incluso puede que, ajeno a una supuesta realidad prosaica, retuvieses ciertos instantes a cámara lenta; caballos al galope sobre un estallido de agua y arena; héroes de calzón corto driblando contrarios en campos de tierra; un padre vigoroso empujando la colchoneta de su hijo por la orilla del mar, como si de una zódiac se tratara; una niña rubia jugando al brilé cuyos ojos se dejan sentir más que cualquier balonazo; gentes, ciudades, paisajes que no son percibidos más que como un envoltorio de ideas, sueños y ¿por qué no? de posibilidades.

http://listen.grooveshark.com/#/s/Toy+Planes+Home+and+Hearth/2EVpCe

Sierra Norte


Fotografía: Ángel Sánchez Franco





Aparecisteis de repente, a un lado de aquella carretera que no conocía, justo cuando el sueño se dejaba sentir más incluso que el intenso calor. Ella –supongo que tu madre- gesticulaba muy nerviosa junto a un coche empotrado en la cuneta, en contraste con el bebé amodorrado que colgaba de su pecho. Le pedí que se tranquilizase y que se alejase hasta unos árboles en busca de sombra. Tú estabas unos metros más abajo, medio tendido en el suelo. No sé qué edad tendrías, tal vez unos once años. Ibas sin camiseta y me pareciste muy flaco. Se te veía dolorido pero no te quejabas. Te pregunté si estabas bien y respondiste que sí moviendo la cabeza. Unas llamas comenzaban a asomar por la parte trasera del coche, alcanzando el interior a través de los cristales rotos. Tu madre me indicaba a gritos que cogiera algo de dentro, lo que me hizo pensar que podía quedar alguien más. Al mirar, entendí que se refería a una bolsa llena de 'clicks' que estaba a punto de quemarse; muñecos como aquellos con los que yo también jugaba de pequeño, solo en mi habitación o en el cuarto de baño. El miedo a una explosión hizo que te cogiera en brazos, alejándote de allí. Mientras tanto, otros coches habían parado y algunas personas ya estaban con tu familia. Al dejarte otra vez en el suelo volví a preguntarte si te encontrabas bien y tú repetiste el gesto afirmativo. Por un instante tuve el impulso de ir a por los juguetes pero, en lugar de eso, regresé a mi coche para apartarlo del que ya ardía de forma considerable. Al avanzar unos metros, vi que en sentido contrario se acercaban dos motos de la Guardia Civil, y ya no me detuve hasta el final del viaje.

Desde aquel verano de 2001 no he vuelto por aquella carretera de El Pedroso que me llevó hasta Sevilla atravesando la Sierra Norte. Ni siquiera he vuelto a Azuaga, desde donde partí ese día. Sin embargo, hay una pregunta que me sigue acompañando desde entonces: ¿Cómo estás?

Ahí está