domingo, 2 de enero de 2011

La Puerta de la Justicia



Llegó antes de que saliera el sol. Sacó las manos de los bolsillos para consultar su reloj y se subió el cuello del abrigo todo lo que pudo. Miraba una y otra vez hacia el camino que hasta allí conducía. El cielo empezó a clarear cuando decidió asomarse a la curva que estaba a pocos metros. Desde aquel sitio la panorámica era formidable pero, más que observar, parecía sumido en el tipo de pensamientos que se anteponen a cualquier estímulo visual. Miró de nuevo el reloj y de nuevo volvió a su estado de introspección. Permaneció así durante una eternidad matizada por cambios de luz, sonidos lejanos y alguna que otra aparición anónima y ocasional. Transcurrido aquel período arcaico, lentamente regresó a la Puerta. Se quedó frente a ella y alzó la vista. Tal vez contemplaba la mano esculpida en la clave del arco o, tal vez, dirigía su atención a un punto situado mucho más arriba, buscando indicios del Juicio Final. Desde luego él ofrecía su mejor flanco a los saeteros. Se sobresaltó un poco cuando la segunda puerta, la interior, se abrió ruidosamente. A continuación y por retaguardia, empezaron a llegar los alborotados grupos de visitantes. Entonces, echándose a un lado agachó la cabeza y se alejó esquivándolos. Bajó toda la cuesta y se perdió por las calles de una ciudad que nunca espera.

4 comentarios:

  1. Buena perlita.

    Un abrazo, Carlitos.

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  2. Y es que esta vez no hubo guardián que le avisara de que aquella puerta estaba allí sólo para él

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  3. Una puerta con su correspondiente alfiz, por supuesto.

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