domingo, 16 de enero de 2011

El museo y su soporte

A Beni.



“- Sí hubiera un incendio en El Prado, ¿qué se llevaría de allí?”. Periodista.

“- Me llevaría el Fuego”. Cocteau.


A la hora de reflexionar sobre qué arquitectura es más idónea para albergar y mostrar aquello que goza de interés habría que resolver primero si la obra a exponer ha de tener un carácter inmanente o no con su envolvente física. Dependiendo del carácter del contenido ¿así debe ser el continente?. Examinando lo que nos rodea parece que esta pregunta no se formula a menudo. Esto puede ser debido a la propia esencia de la contemporaneidad, paisaje incierto y caótico donde las posibilidades parece que surgen de los intersticios de discursos ya gastados (Clasicidad, Vanguardias, Movimiento Moderno,...). No obstante, aceptando que lo que caracteriza a la situación actual es la ausencia de certidumbre cultural, bajo la corteza mediática de la llamada Globalización, es evidente que la práctica predominante en el mundo de la divulgación histórico-artística es la del “reclamo”.

Es entonces cuando la mencionada inmanencia -donde la obra no puede entenderse sin el lugar donde se ubica y viceversa- pierde valor en busca de la exposición permanente singular o, más recientemente, de la obra arquitectónica de autor a la que puede llegar a concederse más importancia que a los bienes que cobija. Un argumento que cuestiona más si cabe la relación entre contenido y continente es la temporalidad de muchas exposiciones, el dinamismo generado por los “accionistas” del arte: performances, instalaciones,..., la variedad, mutabilidad e inmaterialidad de los motivos: música, testimonios de la memoria, registros de la vida,...


La esencia cada vez más liminar y abstracta de lo que quiere ser mostrado nos lleva a pensar en los museos como espacios fundamentalmente flexibles, latentes, capaces de dilatarse y contraerse constantemente, desprovistos de cualquier lenguaje o signo aprehendido de modo que posibilite la manifestación de toda expresión descontextualizada. Hay que tener en cuenta que la actividad creativa de nuestros días a menudo se afana en despertar más la interrogación del individuo, la sugerencia, lo sutil, que en procesos de afirmación más propios de la clasicidad. Por lo tanto, al utilizar edificios históricos como museos habría que asumir las posibles interferencias con lo que se cuenta (si es que esto último no tiene alguna relación con dichos elementos cargados de literalidad). De otro lado, el compromiso con el objeto del museo -su veracidad- debería obligarnos a huir de esas operaciones “reclamo” que con su despliegue formal a menudo incurren en la exageración, el exhibicionismo y la falsedad.



Seguramente resulta controvertido entender que el mejor museo, como contenedor, es aquel que no se hace notar. Sin embargo y al margen de estrategias proselitistas e institucionales ¿no es la razón de ser de este tipo de edificios dar cabida a algo que le va a dar sentido y no al contrario?. El reto arquitectónico está pues en realizar un ejercicio honesto y preciso de interpretación; en facilitar la cobertura espacial y ambiental, capturar la luz y disponer de ella. Tan importante es lo que se cuenta como el Cómo se cuenta. No hablamos de recursos escenográficos sino de operar con las cualidades esenciales que definen cualquier lugar (topos): materia, luz y aire, medio este último que transporta el sonido. En un proyecto de nueva planta parece más factible volcar todos estos conceptos donde la preocupación es más el vacío que lo lleno; disponer lo necesario y suficiente, facilitar al conservador la tabula rasa, el papel en blanco donde desplegar la exposición. Se entiende entonces el continente como un elemento placentario donde se desarrolla el contenido.



De cualquier manera, es indudable que los edificios históricos ayudan a potenciar el valor de muestras de cariz patrimonial. Acentúan el poder evocador, introducen la carga de la memoria e incluso pueden ser un motivo más de la exposición. Es más, si lo que se pretende es actuar por negación, por contraste, los diálogos entre lo exhibido y su soporte pueden ser sumamente sugerentes. Esto puede ocurrir en exposiciones de carácter patrimonial en aquellos enclaves que asociamos con las nuevas arquitecturas.



En definitiva, la discusión entre el museo en edificio histórico o en edificio moderno puede resultar estéril puesto que lo que resulta relevante es lo intangible, el espacio y no tanto lo que trata de delimitarlo.

En Cáceres, hace unos cuantos años.



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