miércoles, 18 de enero de 2012

Aquel hotel de Sarajevo





 "Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando." Territorio Comanche. Arturo Pérez-Reverte

No he leído la novela, pero anoche pude ver la película. Al comienzo, cuando nada más llegar a Sarajevo la codiciosa periodista pregunta por el Holiday Inn, removí inciertos recuerdos de un viaje en autobús por una Europa que ya no es aquella. Era el verano de 1989 y llevábamos varios días recorriendo parte de Yugoslavia, después de cruzar la frontera con Italia donde habíamos visitado Milán, Padua y Venecia. Según nos alejábamos de la costa adriática, la atmosfera agreste se iba reflejando en el trazado de las carreteras, lo accidentado del relieve y, finalmente, en la grisura de las ciudades del interior. Sarajevo, sin embargo, aún mostraba restos coloridos de las olimpiadas de invierno de 1984 conviviendo con la iconografía urbana del Mariscal Tito. El hotel lo formaban dos de los edificios más altos. Sólo entramos para comer y cambiar dólares por dinares. En la zona de recepción, mientras esperaba leyendo la relación de divisas, me fijé en uno de los empleados. A la altura de mis ojos y del bolsillo de su chaqueta, llevaba una placa en la que se podía leer 'Drakan'. Si no fuera por su indumentaria de traje al uso, bien podría haber surgido de una de esas estatuas alegóricas de la revolución socialista. Supongo que el ejemplar de adolescente ibérico común que yo era, envidiaba las proporciones vitrubianas de aquella especie de partisano heroico cuyo rostro resultaba excesivamente serio para el negocio de la hostelería.

La historia de Territorio Comanche se sitúa en el conflicto que se desató dos años después. A partir de entonces, en el televisor aparecerían con frecuencia las dos torres gemelas del hotel, con los cristales rotos, sobreviviendo a duras penas sobre un manto de escombros. ¿Y el amigo Drakan? No puedo imaginar otra cosa que no encaje con la imagen que tuve de él. Lo más factible es que en ese supuesto destino no encontraría un solo destello de gloria. Seguro que El Corso supo contar en su libro lo que Gerardo Herrero sólo llegó a poder balbucir. La guerra, con su carácter inmanente a la realidad, no alcanza a ser explicada por la mera sucesión de testimonios ante la cámara de Jose. En el coloquio posterior a la emisión, se comparó a la película con otras como El año que vivimos peligrosamente (1983, Peter Weir) o Los gritos del silencio (1984, Roland Joffé). No lo escuché al completo, por lo que desconozco si el director habló de la referencia -tan obvia- a Salvador (1986, Oliver Stone), pero sospecho que su cinta terminó de editarse sin haber aprehendido esa instantánea ineluctable que el fotógrafo John Cassady persiguió hasta el final.

viernes, 6 de enero de 2012

La Institución (VI)

 

Fotograma de 'Frenético' (1988) Roman Polanski.


















Desde la ventana de su despacho Hector Aguirre contemplaba la ciudad fantasma, deslumbrada por el sol de invierno. Frente a él, las obras de la titánica mole de hormigón consagrada a La Administración permanecián paradas. En esos días de fiestas navideñas no había rastro del anecdótico factor humano. Nadie atravesaba el vacío que entre los edificios públicos conducía a las cafeterías de acogida. Cuando Pablo Garro llamó a la puerta abierta, tardó un par de segundos en darse la vuelta para recibirle.
-Qué tal con el amigo Roberto? -preguntó Aguirre, con gesto risueño.
-No abre la boca. Me habían contado lo contrario de él -respondió Garro.
-Antes no era así, te lo aseguro. A veces, cuando se encendía, no había quien le hiciera callar. Puede que los años que ha estado fuera le hayan vuelto silencioso. Por otro lado, en nuestro oficio eso no es malo. Lo que ya has podido comprobar es que sigue siendo un luchador. -Aguirre mantenía la mirada perdida en algún punto ajeno a Garro-. Pero no creas que lucha movido por el entusiasmo o el miedo. Tampoco lo hace por ninguna convicción, aquí no queremos insensatos de ese tipo. Lo hace por puro frenesí, un delirio furioso en su interior que no descansa nunca. Un ánimo exaltado que sólo puedes reconocer mucho después de que comprendas que no hay posibilidad de retirada. Esa violenta perturbación la reviste de fría determinación. Pero yo lo conozco bien, a mi no me engaña.