domingo, 7 de agosto de 2011

En La Parra




La llegada

A la altura de Villafranca de los Barros dejamos la Ruta de la Plata en dirección a Fuente del Maestre. Allí el camino se diluye en un desordenado entramado de calles. Después de preguntar seguimos rumbo a Feria. La imponente torre de su fortaleza es visible antes de atravesar la carretera que une Zafra con Badajoz. El paisaje comienza a ondularse en una sucesión de lomas cubiertas de encinas mientras rodeamos el pueblo para llegar hasta La Parra. La casa rural donde nos alojaremos está rehabilitada de modo que el elegante diseño contemporáneo sólo se manifiesta en su interior.

Por la tarde

Es la hora de comer pero allí sólo sirven desayuno y cena y ningún bar tiene abierta la cocina. Nos mandan a Salvatierra, un pueblo cercano donde sí hay restaurantes. Comprobamos que también tiene un castillo en lo alto de una colina que se cierne sobre el caserío. De vuelta se desata una tormenta que nos hace abandonar las hamacas de un patio con piscina. Al finalizar la cena, compartimos con otros huéspedes un salón con bóvedas de nervios ornamentados. Antes de que se marche Encarna, la encargada, le pregunto por la historia del establecimiento pero ella, sonriendo, me dice que la contará mañana.

La historia

Durante el desayuno Encarna nos cuenta que de niña solía pasar mucho tiempo en aquella casa. Su tía trabajaba allí, al servicio de una de esas familias terratenientes, de aquellas cuya fortuna provenía de la explotación de las grandes fincas con ganado porcino que se extienden por toda la zona. Las fotografías de los antiguos moradores, en blanco y negro, se encuentran enmarcadas en una salita que hace las veces de biblioteca. En una de ellas se puede ver a la hija, mirandonos sonriente. Por lo visto ahora, sin descendencia, vive en una residencia. Años atrás le dejó la casa a la tía de Encarna, y ésta, sin saber qué hacer con aquella ruina, la vendió a la actual dueña. Por una de esas casualidades, después de pasar casi tres lustros en Madrid, Encarna regresa a su pueblo contratada por la nueva dueña para trabajar en la casa. Nos señala espacios donde alacenas, graneros y otros lugares han sido sustituidos por ambientes surgidos de revistas de decoración.

La excursión

Pasamos por Burguillos del Cerro: Otra fortaleza en lo alto, una gran charca la precede y un tupido bosque de encinas nos acompaña en la travesía. Llegamos a Jerez de los Caballeros. La Reconquista, que hasta el momento se ha evidenciado en un territorio salpicado de vestigios de órdenes militares, tiene allí una abundante concentración de testimonios subrayados por esbeltos campanarios. Tras contemplar la Torre Sangrienta salimos hacia Zafra. Recorremos sus dos plazas porticadas y comemos en el atrio renacentista del Palacio de los Duques de Feria. Esa tarde, de vuelta en La Parra, callejeamos por la plaza donde se encuentra el ayuntamiento y la iglesia. Nos asomamos a la hospedería del convento. El sol está bajo y se oye jugar a los chiquillos. En la Calle de la Cruz un imponente edifico de rejas rojas encierra las dependencias de lo que fue un pequeño pero lujoso hotel.

Los huéspedes

Por la noche, la última, tomamos unas cervezas en la terraza de un bar, con los mismos huéspedes del salón, extraños como nosotros bajo un cielo que ya no esconde sus estrellas. Se trata de una pareja de Madrid. Él tiene un negocio de grúas torre; lo dijo en cuanto supo mi profesión. Ahora esas máquinas deben encontrarse en algún solar vacío, movidas únicamente -más bien agitadas- por el viento (En mi caso la arquitectura casí ha quedado reducida a media docena de asepiadas tarjetas de visita que aún conservo. En ellas aparece el dibujo de otra vieja construcción, un apunte que hice en una localidad al norte de la región y que luego también se rehabilitó) Tal vez movido por un sentimiento de solidaridad nos sugirió la idea de salir a tomar algo. Compartimos anécdotas de otros viajes, bebimos y reímos. A la mañana siguiente nos despedimos con el afecto propio de los camaradas.