domingo, 17 de abril de 2011

La Institución

Hacía tiempo que a Roberto Costa le silbaban las balas. La que finalmente le alcanzó llegó en forma de notificación por duplicado, envuelta en un sobre caqui. Dos semanas después, se extinguía oficialmente una relación laboral que él consideraba como un onírico paréntesis en su huída, de modo que aquello lo asumió como la consecuencia punitiva de una especie de justicia divina.


Transcurridos unos meses de frustradas tentativas conducentes a recuperar su malograda vida civil, recibió la llamada de un viejo camarada de La Institución. Hector Aguirre había sido su valedor durante los años que trabajó para aquel organismo que operaba oculto en los entresijos de la administración pública. La conversación duró sólo unos segundos, los suficientes para que Aguirre le invitase a consultar una determinada página web y, de paso, para que Costa comprobase que su antiguo jefe continuaba abusando de los dobles sentidos, cuya gracia sólo ellos dos parecían compartir (tal vez esa era la única razón de un aprecio recíproco que, por otro lado, ambos siempre se cuidaron de no manifestar abiertamente).


Así fue como Costa regresó, vencido, a las actividades que hacía más de cinco años juró dejar para siempre (al fín y al cabo, no era más que otra promesa incumplida). El nuevo edificio mantenía una buena parte del personal con el que coincidió en la etapa anterior. El resto, en su mayoría, lo conocía de oídas e incluso algunos habían asistido a sus extravagantes cursos de formación. Por tanto, no era de extrañar que se comentase con apetecibles dosis de morbo que alguien de la experiencia de Costa ocupara ahora una mesa al fondo del sótano, tras metros y metros de archivos compactos. Sin embargo, el aludido en cuestión parecía más que conforme con su recién degradada condición, varias plantas por debajo de Aguirre y en el extremo opuesto a las dependencias imperiales. Algunos de aquellos jóvenes que ahora murmuraban por los pasillos seguramente también pusieron cara de póquer, en su día, al escuchar la cita cinematográfica que Costa repetía en sus ponencias: "cuanto más cerca estás del César mayor es el temor".

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