domingo, 2 de junio de 2013

Los Chopos





Chopos. Claude Monet. 1891
























A finales del año pasado hubo otro cambio. Tú ya sabías que me habían ascendido: del sótano a la planta noble. El objetivo inicial era, digamos, facilitar información y asesoramiento en los proyectos del suelo rural; un papel intermediario entre la administración y los administrados. Tuvimos ocasión tú y yo de comentar algunos casos, fundamentalmente por dos motivos: el primero es lo que siempre he conseguido de ti, tu valoración, tu juicio. El segundo, era un argumento más reciente y menos egoísta tal vez: hacerte sentir bien. Lo que no pude ir corriendo a contarte es que, acabando el otoño, los de esa misma planta noble me propusieron el reto profesional más importante de mi sinuosa carrera. Tú no llegaste a saberlo pero en ello ando enfrascado desde entonces. Y esta andadura me hace volver a escenarios pasados salpicados de gente con la que ya me crucé en su día. Muchas de estas personas son meros rostros que identifico por haber compartido hace años comisiones de urbanismo, cursos y jornadas. Otras que no conozco suelen acercarse para decirme que coincidimos en tal o cual asunto. Algunos de ellos, viendo a qué se dedican e imaginando el camino que han debido recorrer para ese desempeño, me producen una agradable sorpresa; sorpresa algo contaminada por la certeza de que quien suscribe hace tiempo cruzó la línea de sombra dejando atrás al personajillo inquieto e insatisfecho de los comienzos.

La pasada semana, por razones diversas se complicó la comisión de urbanismo. Hubo cierto retraso, la pantalla estaba dando problemas y las quejas estaban empezando a superar la barrera del murmullo. Con la inestimable ayuda de alguno de los asistentes, pudimos ir arreglando las contingencias. Sin embargo yo seguía nervioso porque aún no había quorum para comenzar la sesión. Entonces uno de esos viejos desconocidos vino junto a la puerta de la gran sala y comenzó a hablarme amigablemente de ti, sin preámbulos. Me dijo que nunca olvidaría cómo le solucionaste un problema en su pueblo. Una  calle principal de la localidad presentaba humedades que año tras año trataban de atajar en vano. Los vecinos protestaban y en el ayuntamiento ya no sabían qué hacer; hasta que llegaste tú. Él no lo expresó, pero te imagino apareciendo sonriente en el coche oficial, al lado del conductor, no detrás como la alta tecnocracia acostumbra; piropeando a las mujeres, bromeando con los hombres y pregonando los últimos éxitos deportivos de tu hijo el campeón del mundo. Los imagino a ellos, con aptitud bondadosa y paciente: "¡ya está aquí, Ángel!".

El viejo desconocido -prometo enterarme de su nombre- contó que no vacilaste cuando echaste un vistazo a aquella malograda calle: "Plantad chopos". Así, de simple. Y así de bien, Papá.

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