domingo, 15 de mayo de 2011

La Institución (II)

Aunque parte de los datos recabados por los husmeadores podían ahora consultarse por ordenador -de lo cual, Hector presumía con satisfacción-, la documentación seguía consistiendo en un montón de escombros recogidos al azar. Tras unas horas persiguiendo a los informáticos para que resolviesen el problema de los permisos y la codificación, y después de un sesudo trabajo de restauración bibliográfica consistente principalmente en reordenar el 'expediente' por orden cronológico, Costa dispuso de un cierto conocimiento del personaje y sus hechos:
Marcelino Sánchez Almeida. Alcalde de Alvilla y diputado provincial con cartera (Desarrollo Local) desde 2003. Reelegido en dos ocasiones. Autoproclamado candidato a las próximas elecciones del presente año. Hace cuatro meses, su partido -el mismo que gobierna esta apartada región- le comunica que no cuenta con él para una nueva legislatura. Razón: no consta en el expediente. "Se les rompió el amor, Costa... ¿Qué más da?", en palabras de Hector. La recopilación de recientes noticias publicadas en prensa, sobre su abandono del partido y la formación de uno nuevo para concurrir a las municipales, se acompaña de un mal redactado y no consignado informe con los últimos movimientos y contactos.

Lo que no decían los archivos es que, diez años atrás, Costa se cruzó en el camino del político. El jefe de servicio de entonces, al parecer amigo de Almeida, les puso en contacto. Al sureste de la región la Consejería celebraba unas jornadas profesionales. Nada más subirse al coche, Almeida, que iba a participar en una de las mesas redondas, agredeció a su acompañante que pudiera llevarle hasta aquel antiguo reducto templario. Si el trayecto de ida sirvió para hablar de si mismo -no cabía duda de que se concedía una buena nota como católico actívamente practicante-, la vuelta la invirtió en interesarse por las aptitudes espirituales del conductor. A esas alturas Costa no estaba para sostener discusiones teológicas, de modo que le devolvió una serie telegrafiada de sinceras dudas existenciales junto con la promesa de buscar respuestas, mientras se disponía a adelantar a un camión en mitad de una tupida niebla. En ese momento, Almeida dijo que la Fe era eso mismo; "cambiar al otro carril aunque no se vea nada, confiando en que no nos topemos con ningún obstáculo".

Hector se sorprendió cuando Costa le pidió retirar personalmente al sujeto en cuestión, accediendo con algo de escepticismo. La tarea le llevó mucho menos tiempo de lo que duró aquel viaje al sureste. Del lustroso escritorio castellano de Alcaldía, recogía las pruebas de los pecados que le proporcionaban a Almeida el objeto de su diaria flagelación nocturna. Sólo un resquicio de luz eléctrica se filtraba por la cortina aterciopelada que cubría la puerta balconera. De espaldas a la acción, Almeida permanecía recostado en el sillón como escrutando esa misma ranura luminosa.

Antes de salir, escuchó la pregunta. -¿Qué pasó con tu búsqueda, Roberto?.

-Se la tragó la niebla-. Y se marchó.

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