viernes, 11 de enero de 2013

Niebla nocturna



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Hacía tiempo que no reparaba en esa atmósfera que la niebla provoca en los mudos paisajes cotidianos. Regresaba a casa andando, después de ir a ver a mi madre. No era muy tarde, pero eso al invierno no le importa. La oscuridad vespertina, más que el frío, despeja las calles en esta época del año, lo que favorece la introspección autómata de los escasos transeúntes. Sin embargo, la otra noche, un manto de denso vaho se precipitaba por esos mismos espacios invisibles de tan reconocibles que se nos hacen. Entonces, por un momento la larga avenida recuperó su viejo aspecto de carretera inhóspita que recordaba de niño. Una línea  asfaltada que se perdía en las luces difuminadas de un punto de fuga falsamente próximo. Algo así como la entrada a una gruta donde débilmente centelleaba el fuego de una hoguera de sombras arrojadas, de ideas soñadas y verdades perdidas.

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