viernes, 25 de noviembre de 2011

La Institución (V)




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Como si una voluntad vieja e impasible cumpliese el vehemente deseo del joven Tancredi, el relevo de poder iniciado meses atrás se había completado por fín, sin que nada de este universo cretácico cambiase. Sin embargo, uno de esos dinosaurios permanecía en el sótano con la desapegada consciencia de estar malgastando una prórroga que se agota lentamente. Sobre la mesa seguían desfilando los mismos insustanciales expedientes -con la única diferencia de contener, de manera habitual, información sobre los anteriores regentes-, las mismas reuniones con Aguirre, el diplomático jefe que tampoco mostró inquietud alguna cuando la nueva curia se hizo cargo de La Institución. En una de aquellas sesiones matutinas, en las que Aguirre gustaba de repetir las directrices de siempre, Costa conoció al que pronto se desvelaría como factótum. Con aire de novato nervioso, Pablo Garro se incorporó sobre la marcha a la reunión, sin que fuera presentado hasta que Aguirre terminó su perorata, momento en que éste se dirigió a los presentes anunciando que aquel hombrecillo de escasa cabellera y mirada huidiza se unía al humilde y a la vez selecto grupo de caballeros del Grial.

- Roberto, haz el favor de quedarte un momento. Los demás podeís marcharos, gracias. Bueno, Roberto ¿qué te parece el nuevo chaval?
- Que no es tan chaval.
- ¡Ja!. Comparado contigo sí lo es ¿verdad? Además, te lo asigno. Enseñale a ser una estrella como tú. Uno de los mejores, sí, de los mejores.
- ¿Y que pasa con Martín?
- Nada en absoluto. Pero le conviene un descanso. Recuerda que gracias a tus ocurrencias tuvo que emplearse a fondo en el asunto de Lisboa. Imagino que nunca me dirás lo que pasó realmente, cabrón chiflado.
- No me jodas, Hector. No me quites a Martín y haz que otro haga de niñera.
- Sabes que te quiero. Ese tipo, aunque no lo parezca, tiene algo de experiencia. Formareís un buen tándem. Incluso un buen trío cuando vuelva tu compañero ¿de acuerdo?.
*

A las afueras de aquella ciudad antesala de las sierras rayanas, la estación de autobuses se encontraba cerrada. Sin embargo, en uno de los extremos del edificio, el bar permanecía abierto. Saludó nada más entrar, antes de comprobar que su amigo se encontraba en el rincón habitual de la barra, fumando ajeno a la prohibición, como todo el mundo, incluido el guardia civil de uniforme que reía con él mientras apuraba el último trago. Varios vinos más tarde, cuando ya estaban sólos, Costa comenzó con el interrogatorio:

- ¿Cómo va esa pierna?
- Sufriendo la helada de ahí fuera.
- ¿Y lo demás?
- Costa, no me des la brasa. Fue mala suerte, ya está.
- ¿Qué le has contado a Aguirre?
- Vete a la mierda. Soy tu colega, lo seré hasta el final. El problema es que a ti no te importa que llegue ese final. Y además te da igual que te pille conmigo al lado.





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